La supuesta dicotomía entre ser abogada y ser profesora

Por Irene Marcos Martín.

Graduada en Derecho por la Universidad de las Islas Baleares. Estudiante del Máster de Acceso a la Abogacía en la Universidad Complutense de Madrid. Futura abogada y profesora.

El pasado mes de julio finalicé el Grado de Derecho en la Universidad de las Islas Baleares (España) y tuve claro que el siguiente paso a seguir en mi carrera profesional sería cursar el Máster de Acceso a la Abogacía. Y que, además, quería hacerlo en Madrid para vivir una experiencia en la capital y salir de mi zona de confort. Tomada la decisión, con antelación suficiente ahorré el dinero necesario para mi aventura, dinero que obtuve dando clases de repaso académico, una de mis dos grandes vocaciones.

A los dieciséis años di mi primera clase y seis años después sigo disfrutando de impartir clases, con más experiencia y más ilusión, si es posible.

Para mí resultaba complejo tener que decidir entre el mundo académico y el empresarial. Y no nos engañemos, en ocasiones, a los estudiantes de Derecho se nos transmite la falsa impresión de tener que elegir entre estas dos alternativas, necesariamente, como si fuera cuestión de vida o muerte y no cupiera vuelta atrás. O abres una puerta o abres la otra ¡Sin un ápice de vacilación! Pero este modo de entender las decisiones y las inquietudes de una persona a lo largo de su carrera profesional no puede estar más alejado de la realidad ¡Que no cunda el pánico! Lo que para mí también suponía una aparente disyuntiva, definitivamente no lo es.

Comprendí que no tenía por qué decidir entre abogacía y docencia, pues ambas profesiones me apasionan y son compatibles. Si algo tengo claro es que tengo muchas ganas de empezar a aplicar lo aprendido, a vivir el día a día de la práctica jurídica y arrancar en esta profesión, tan compleja como apasionante, para la que tanto tiempo llevo preparándome. Sin embargo, esto no es un motivo para dejar de lado la docencia. Ciertamente, mi ocupación principal será la abogacía, un oficio que requiere un tiempo y una atención que estaré encantada de dedicarle. No obstante, no pretendo dejar de impartir clases. Creo que puede ser muy enriquecedor para los futuros abogados y abogadas tener profesores que ejerzan como abogados, pues en mi experiencia lo ha sido. De hecho, aporta una perspectiva distinta a la que los profesores puramente académicos proporcionan, y también muy valiosa.

La docencia debe ejercerse con ilusión y con ganas, pretendiendo transmitir no sólo unos conocimientos sólidos en la materia que se imparte, sino también la pasión por dicha materia. Y ese es mi propósito como profesora y abogada ejerciente que pretendo ser. La inseguridad, el miedo y la incertidumbre acechan a los estudiantes de derecho en su día a día y contar con profesores que les animen a ejercer la profesión, a enamorarse del derecho es un poderoso estímulo para ellos.

Evidentemente, no todo el camino es de rosas, pero cuando haces lo que te gusta, los éxitos son más satisfactorios, el esfuerzo no se siente tanto como un esfuerzo, sino como un reto, y las derrotas, aunque duelan, son un aprendizaje y un impulso para mejorar.