Feminismo en tiempos de polarización. ¿El concepto de sororidad en peligro de extinción?

Por Soledad Mortera De Iruarrizaga.

Abogada por la Universidad Adolfo Ibáñez. Profesora de la Universidad de O´Higgins del Departamento de Derecho Público. Asesora jurídica de la Dirección Regional del Libertador General Bernardo O´Higgins de Gendarmería de Chile


Comienza marzo e inmediatamente empiezan a surgir diversas publicaciones de estudios, rankings, observatorios, seminarios y un sinfín de itinerarios relativos al mes de la mujer.

Y es que aquel 8 de marzo de 1908, 129 mujeres neoyorkinas, en búsqueda de igualar sus salarios respecto de sus compañeros hombres, además de la reducción de la jornada laboral y una mejora de condiciones –una reivindicación de derechos sociales propios del siglo XX– significó la nefasta lógica de su empleador en culminar la disputa prendiéndoles fuego en la fábrica Cotton Textile Factory.

Desde aquel entonces, conmemorar este día tiene un propósito primordial, y es el no olvidar como nuestras antecesoras lucharon, y que juntas por su convicción significó en definitiva un antes y un después, tras generar un impacto en las diferentes decisiones de política pública a lo largo de diversos países del mundo.

En efecto, junto con la búsqueda de mejores condiciones laborales, diferentes demandas empezaron a unirse entre sí, a fin de hacer peticiones concretas en post de los derechos de las mujeres, algo nunca pensado e imagino. Por primera vez, y tras el alza de la voz de nuestras progenitoras, veíamos los efectos propios de un Estado de Derecho. Así, y poco a poco, diferentes garantías civiles, políticas y sociales han ido consignándose como un mínimo fundamental, y no regresivo en lo relativo a las conquistas logradas.

Llega marzo, con M de mujer, y el cuestionamiento al sistema que aún tanto nos debe es simple de realizar, pues demandar lo que por mucho tiempo se nos ha negado, implica ejercer una búsqueda de la justicia, la cual se nos ha sembrado de diversas maneras. Dicha acción es simple de realizar y, si bien su ejecución de mejoría ya requiere un costo intelectual, al igual que una voluntad que cuesta impulsar, ésta no es imposible de obtener.

Pero ¿qué es lo difícil en la presente ecuación? Más bien, es correcto preguntarse como representantes del género, ¿cuál es nuestro real desafío en el actual acontecer nacional bajo el movimiento feminista? Y es acá a donde invito a reflexionar.

No es difícil observar la realidad nacional que vive nuestro país. Chile se encuentra polarizado. Esto es una realidad irrefutable y su violencia cada vez se acrecienta más adonde quiera que miremos.

En tiempos de rivalidad política, de cancelación de pensamiento por supuestas superioridades morales que acarrean una “verdad absoluta”, y de lamentables estereotipos feministas, resulta irónico que las pañuelos morados, por ejemplo, no podamos unirnos en la batalla del #niunamenos. Y es una tristeza, porque ¿qué más noble labor podemos ver en la unión de mujeres que se junten en las calles, en la búsqueda de la justicia por aquellas que ya no están? ¿Qué más emoción puede causar la unión de una sola voz que reclama por aquellas que ya no tienen?

Los cantos que tanto aprendimos para llevar a cabo la búsqueda de la reivindicación feminista, ahora sólo la pueden cantar aparentemente unas pocas. Y es que, si no eres de un determinado color político, no te puedes llamar feminista y, por ende, existe una exclusión realizada por tu propio género, como castigo a tu propia identidad. La intolerancia predomina por sobre la razón y, consecuentemente, el concepto sororidad, como tal, se encuentra en peligro de extinción. O acaso ¿la sororidad le pertenece sólo a un color político y, por ende, el concepto sigue existiendo?

La incomodidad de esta reflexión significa que logre el objetivo esperado, porque si esperamos que el género opuesto nos respete y nos mire como un igual, a fin de eliminar brechas y discriminaciones, nosotras debemos partir por casa.

Debemos entender que una mujer, sin importar su color político, etnia, orientación o identidad sexual, creencia religiosa, u otro, es nuestra hermana. Necesariamente se debe terminar con las ideas totalitarias de definición de feminismo, de lo contrario seguiremos excluyéndonos unas de otras y perderemos nuestro foco primordial, la igualdad frente a los hombres… Pues si no somos nosotras capaces de mirarnos como iguales en nuestra diversidad, ¿quién lo hará?