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Negativas y descrédito de la profesión: hay salida para el círculo vicioso

ariel_neuman_PQNPor Ariel Alberto Neuman.

Abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Licenciado en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y Magister en Periodismo por la Universidad Torcuato Di Tella. Es director del multimedio AUNO Abogados y de Artículo Uno, empresa de comunicación y marketing jurídico, con sede en Buenos Aires, Argentina, y presencia en toda América Latina.

En 2015 presentó la iniciativa PUMM, de proyectos, acciones, productos y servicios Para Un Mundo Mejor.

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Niego todo. Niego cada uno de los términos de la demanda. Niego que el hecho haya existido. Niego que el vínculo invocado sea real. Niego el derecho. Niego a su madre. Niego, niego y recontra niego.

¿Se descuidó leyendo? Entonces niego que haya nacido, que esté vivo y que me esté reclamando algo, algo cuya existencia también niego por el solo placer de negar.

Los abogados (y no abogados) nos la pasamos respondiendo planteos familiares, laborales, comerciales, penales y toda una caterva de cuestiones jurídicas negando realidades, incluso las más evidentes, las que tenemos frente a los ojos, las que sabemos verdades y las que creemos altamente probables (no en términos de probabilidad, sino de prueba).

Las negativas nos acompañan desde hace siglos, principio de inocencia mediante, naturalizadas hasta que los negados somos nosotros.

Los jueces no suelen reparar en esto. Cuando se demuestra en juicio que uno existe, que el hecho existe, que el vínculo existe, que el derecho está vigente –habrá que ver luego la validez del reclamo–, el quantum de la sanción que se impone no contempla el haber intentado negar al otro, sea para intimidar, sea para amedrentar, sea para dilatar la resolución del conflicto.

Enfocado desde otro ángulo: los magistrados no consideran un agravante el que se les haya querido mentir en sus propias narices.

En términos económicos: no se mensura el incremento de costos generados en el sistema de justicia, la prolongación de los tiempos, el abarrotamiento con cuestiones que bien podrían acordarse en instancias previas incluso a la mediación, cuando ésta existe y hasta es obligatoria.

¿Estaban casados? Entonces no lo niegue. ¿Trabajaba en su fábrica? Entonces acéptelo. ¿Chocó de frente? No diga que no.

Una cosa es buscar que le den la razón. Otra es buscar verdad y justicia.

La negación del reclamo del otro es, muchas veces, la negación del otro, objeto de estudio por parte de la sociología, la ciencia política y la psicología, entre otras ramas que abordan los vericuetos del comportamiento humano.

En todas ellas, la coincidencia está dada por el perjuicio psicológico, social, económico y hasta físico que sufre quien es negado.

En estas arenas, poco hay estudiado sobre los vínculos existentes entre abogacía y psicología y, menos aún, sobre el impacto psicológico que tiene el comportamiento de los abogados en sus clientes y en los de la contraparte.

En los Estados Unidos, más precisamente en California, cuna de buena parte de las curiosidades que hay en el mundo occidental, una rama de psiquiatras estudia el comportamiento y las patologías de los hombres y las mujeres de ley.

Al parecer, existe un determinado tipo de estrés, un determinado tipo de frustración, un determinado tipo de empatía y un determinado tipo de acercamiento a los problemas (y a las personas) que nos son propios.

El relato de un empleado acosado laboralmente, de un menor que se quiere emancipar, de un comerciante que tiene que cerrar su negocio, de una señora que quiere testar, de un emprendedor que quiere tener el mundo por delante, de un empresario al que las inspecciones lo están acorralando, de un adolescente que mató a otro en una pelea casual que se inició para impresionar a una chica, precisan más que la escucha jurídica.

Es cierto que tampoco en lo que hace a la comunicación se ha avanzado todo lo deseable en el ámbito legal, plagado de tecnicismos –algunos muy apropiados, otros fácilmente traducibles al lenguaje común–. Más profundamente, las ciencias de la comunicación han dejado un margen muy, pero muy, muy pequeño a la idea de la comunicación empática, esa que busca ponerse en la mirada del otro para comprender su visión y posición, y así conseguir mejores resultados.

No en vano esta corriente recibe el nombre de comunicación no violenta.

Se aplica aquí el archiconocido modelo de negociación de la Escuela de Harvard, un intento por fortalecer esta capacidad de entendimiento y, por ende, acercamiento entre las partes, que choca contra la idea de que, como el otro quiere algo que considero propio, intento destruir la amenaza y a quien la encarna.

En resumen: partiendo de la premisa de que buena parte de la práctica jurídica gira alrededor del conflicto (su resolución o su prevención, dependiendo de qué tan litigioso o corporativo sea), hasta parece lógico que la pelea se libre con más medios que los estrictamente razonables.

Mi pregunta, entonces, es qué le queda en este ring a la ciudadanía, a los ‘no abogados’ que recurren a los que sí los somos para velar por sus derechos.

La respuesta tiene una base empírica y se traduce en la imagen que las sociedades tienen de los abogados, una de las profesiones con peor reputación en todo Occidente.

Alcanza con hacer un recorrido por los chistes más populares de abogados. Absolutamente ninguno puede ser confundido con un elogio hacia la profesión ni hacia quienes la ejercen.

La cuestión, entonces, es: ¿se puede salir del círculo de negación del otro-descrédito de la profesión?

En su sano juicio, nadie diría que la tarea es fácil.

Un ejercicio como ése requiere de honestidad moral e intelectual y, fundamentalmente, respeto por las posiciones del otro y confianza en la justicia.

En el ideal, además, una práctica de estas características debería ser elevada a universal kantiano.

La primera respuesta a la pregunta, por tanto, debería ser negativa. Lograr los requisitos anteriores excede las posibilidades de cualquiera.

Sin embargo, un pequeño cambio es posible.

Con empezar a plantearlo dentro de cada firma como pauta de conducta y hacia las contrapartes como pacto para un pleito de caballeros, más rápido, eficiente y en busca de la verdad (y no sólo de tener la razón), la profesión, la credibilidad en la justicia y la sociedad en su conjunto comenzarían a experimentar una sana mejoría.