Arte público y movilizaciones

Por Ioannis Constantinidis G.

Abogado por la Universidad de Chile y Magíster en Historia del Arte por la Universidad Adolfo Ibáñez. Diplomado en Historia del Arte por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y Diplomado en Estética y Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Negocios Internacionales por la Universidad Pompeu Fabra y Diplomado en Litigación y otros Procedimientos por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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Tenía la intención de partir esta columna refiriéndome a la relación entre arte y catástrofe, conceptos tan bien expresados en la famosa pintura de Théodore Géricault “La balsa de la Medusa” (1818-19, Museo del Louvre). Hubiese querido referirme a los ocho meses de encierro y trabajo de Géricault, período en el cual se afeitó la cabeza para no ver a nadie e, incluso, “usó” a Eugene Delacroix como uno de los modelos del cuadro. Y quizás terminar refiriéndome a las diversas formas en que una catástrofe puede terminar convirtiéndose en una obra de arte.

Sin embargo, la reciente destrucción del patrimonio urbano en Chile me obliga a enfocar el tema de otra manera. Desde el mes de octubre del año pasado, el patrimonio cultural y urbano de las ciudades de Chile ha sido erosionado por las movilizaciones sociales: museos, calles, estatuas, centros culturales, bibliotecas, entre otros, han sido dañados, rayados con consignas y en algunos casos destruidos por el fuego. Es más, recientemente se polemizó sobre la intervención de los rayados en la fachada del Centro Cultural Gabriela Mistral. Quienes se oponían esgrimieron que debían permanecer en aras de proteger el arte callejero y el “imaginario colectivo”.

Puntualicemos ciertos aspectos.

La legitimidad de las demandas sociales y la necesidad de generar una nueva Constitución para el país no están en discusión. Asimismo, la libertad y los derechos humanos constituyen piedras angulares de toda sociedad que se dice democrática.

Sin perjuicio de lo anterior, es un error normalizar que dentro del contexto de las movilizaciones sociales se dañe constante al patrimonio cultural del país. Los rayados en museos o centros culturales no pueden reconocerse como expresión de arte público. Lo anterior, porque carecen de contenido estético concreto y no cumplen ningún fin público ni educativo determinado.

Es sabido que el arte en sí mismo tiene un rol público, pues es deber del artista estar en contacto con su entorno, con la vida de la ciudad y su pulsación social. La obra de arte también debe estar en armonía con las demandas de los movimientos sociales, constituyendo en algunos casos un vehículo de difusión y/o denuncia de los conflictos e injusticias. Esta corriente de pensamiento, esencialmente democrático, establece como eje central la idea de que el arte tiene que estar al alcance de todos, debe ser propiedad de la comunidad. El arte representa a la ciudad porque ésta constituye todo que le pertenece a la comunidad. La ciudad es parte de la historia de un país y de su memoria colectiva. Por lo anterior, los proyectos de arte público forman parte del cuerpo físico y espiritual de la nación.

En nuestro país, el rol público del arte fue desarrollado con fuerza en los años 60s y alcanzó su momento más álgido con el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973), período que se caracterizó por la inauguración de museos, edificios, exposiciones, murales y emplazamiento de obras en las calles de Chile. En dichos años se inauguró el Edificio de la UNCTAD III (hoy GAM) cuyo proceso de embellecimiento fue liderado por Eduardo Martínez Bonatti del Grupo Signo. hubo exposiciones sobre surrealismo y sobre neoplasticismo.

El Edificio de la UNCTAD III, vino a representar el espíritu de integración comunitaria. En él se emplazaron obras de José Balmes, José Venturelli, Marta Colvin, Roser Bru, Gracia Barros entre otros artistas. Participaron también Nemesio Antúnez con los patrones abstractos para la entrada del casino, los tiradores de cobre de las puertas fueron obra de de Juan Bernal Ponce, las puertas de ingreso de Juan Egenau y los ventiladores de aire del casino fueron realizados por Félix Maluenda. En estos años se generó un período de gran intensidad cultural que se expresó en ferias de artes realizadas en los parques, murales con connotación política como el de Roberto Matta en la comuna de La Granja y exposiciones con temática americanista y antiimperialista.

Hoy, en el contexto de las movilizaciones sociales y salvo las intervenciones urbanas del artista Caiozzama, no se ven propuestas estéticas ni transformación del espacio público con fines educativos o artísticos. Por el contrario, la infinidad de rayados en las calles y museos del centro de Santiago solo dan cuenta de ignorancia y marginalidad, además de empobrecer aún más el espacio urbano. Porque no podemos homologar las innumerables rayados de “paco perkin” (sic) que hoy vemos en las calles y en las murallas del GAM con el ya mítico mural de Matta de La Granja.

Considero que, en estos tiempos, resulta vital tomar partido frente a los ataques que ha tenido la cultura democrática y no normalizar actos marginales carentes de propuestas políticas y estéticas. Cuando a la destrucción solo le suceden destrucción e ignorancia, el futuro siempre es incierto.