Entre el techo de cristal y la teoría del impostor

Por Daniela Koifman Neilson.

Mujer, Abogada, Madre. Abogada por la Universidad Diego Portales. Master of Laws (LL.M.) in U.S Legal Studies por la University of California, College of the Law, San Francisco. Abogada Senior de la Gerencia Legal Finanzas Inversiones e Internacional del Banco de Crédito e Inversiones. Profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado


Me gustan los refranes y aforismos, y terminado el mes de la mujer (antes era un día no más), me quedaron dando vuelta estos dos, que no lo son… Pero funcionan parecido. Sin ser profesional en el área, les comparto definiciones que encontré en la web:

El techo de cristal es un término acuñado desde el campo de la psicología para referirse a las barreras invisibles, difíciles de traspasar, que representan los límites a los que se enfrentan las mujeres en su carrera profesional, no por una carencia de preparación y capacidades, sino por la misma estructura institucional.[1]

El síndrome del impostor es un fenómeno psicológico que hace que aquellas personas que lo padecen sientan que nunca se encuentran a la altura de las circunstancias o que sean incapaces de aceptar que merecen lo que han obtenido como fruto de su trabajo.[2]

Mujer, profesional, madre (en orden cronológico), tengo un buen trabajo y, sobre todo, he logrado compatibilizar mi vida familiar y profesional. Sin embargo, no puedo evitar preguntar cuánto me aplican.

Siempre he creído gozar de buena estrella, suerte. Todos mis trabajos formales y hasta informales se han encadenado y se pueden rastrear hasta la universidad. He visto las oportunidades y las he tomado. Obviamente, no todo ha sido “amor y rosas”. He trabajado harto y me han pagado poco, he tenido jefes indolentes, he recuperado horas de pega en mi casa y de noche cuando los críos eran chicos. He visto elegir a otros para cosas que me mí me interesan.

Comámonos este animal por partes.

¿Por qué quiero hablar del techo de cristal y el síndrome del impostor? Porque desde un tiempo a esta parte se declara igualdad, paridad, corresponsabilidad y se espera que ocurra la magia… Y, por lo tanto, las mujeres no llegan a los puestos altos, porque no quieren.

¿Las mujeres no quieren o no pueden? Ahí aparecen estos términos. No basta con declarar (en lenguaje presidencial hay que habitar los conceptos). A mí me gusta más encarnarlos, darles cuerpo y rostro.

¿Cómo he visto funcionar el techo de cristal? Desde esa antigüedad antediluviana, cuando mi generación fue a la universidad, frases insinuando nuestro plan de ir a buscar marido, una literatura académica cargada de autores y no autoras, comentarios super bien intencionados de que tenemos talentos en las áreas más blandas, o casos en donde paternalistamente se nos acomodan las funciones o se exige menos. Pocas veces te dicen no. Más veces te dicen ¿para qué?

Todo esto para mí es la receta perfecta para internalizar el concepto de que hay un tope, que no hay más arriba, y que si lo hay no es para tí…Entonces, para cambiar la realidad hay que cambiar nuestros pensamientos.

La importancia de los buenos ejemplos, seguidora de la cultura pop y boomer, he crecido con ejemplos tan variados como la Princesa Leia, Erin Brokovich y Miranda Prestley. Pero, pucha, que malos ejemplos: madres solteras o con matrimonios rotos, criadoras culposas y que no logran equilibrar, sino que sacrifican todo. Busquen sus personajes en la vida real.

También pienso en todas las iniciativas de corresponsabilidad y cuán poco se aprovechan aún. En nuestra ética capitalista que nos dice que no podemos fallar, que retirarnos temporalmente para dedicarnos -por ejemplo- a la maternidad, es debilidad; y si lo hacemos es casi imposible volver. Que tenemos que rendir siempre y, por último, también pienso en esas mujeres menos sororas que explotan el sistema y hacen menos atractiva nuestra contratación o acceso a cargos superiores.

¿Y que tiene que ver el síndrome del impostor? Se van abriendo caminos, niñas y mujeres en Stem, cargos directivos y hasta presidentas, pero entre tanta bruma de derechos, cuotas, paternalismo, se empieza a dudar de los méritos que nos llevaron hasta allí.

Y la duda es un sentimiento poderoso, como el miedo, desata lo atávico, decidimos no avanzar, paralizarnos, hacer poco pero bien. O si llegamos, trabajamos más, perdemos el sentido del equilibrio, alzamos la vara de exigencia, somos más cautas y recelosas con nuestras decisiones, sobrecumplimos porque queremos asegurarnos de cumplir.

Entonces, creo yo, cuesta apropiarse, ejercerlo. Andamos culposas, recelosas… Sé que no nos pasa a todas, y que están las enfocadas en la tarea sin tanta vuelta. Pero otras… No sé, mándenme a terapia.


[1] https://campusgenero.inmujeres.gob.mx/glosario/terminos/techo-de-cristal

[2] https://www.santanderopenacademy.com/es/blog/sindrome-del-impostor.html