La cultura es de todos

Por Juan Ignacio Ortiz.

Alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad Andrés Bello.

Cuando hablamos de Lollapalooza Chile automáticamente se nos vienen emociones a flor de cuerpo. Desde su nacimiento en Chicago en la década de 1990 hasta su llegada por primera vez a Santiago de Chile en el año 2011, este mega festival ha generado así una trascendencia en nuestro país y en toda Latinoamérica.

Luego de la declaración de pandemia por COVID-19 en enero del año 2020, la industria musical mundial se ha visto inexcusablemente golpeada, llevando así a distintas productoras a la insolvencia o al borde de ella, y es por esto que en este artículo me gustaría hablar de la actual suspensión de este magno evento en Santiago, para luego analizar el costo social, cultural y económico que tendría la suspensión del décimo aniversario de Lollapalooza en el Parque O’Higgins.

Es innegable que el festival año tras año genera grandes ganancias no sólo a niveles económicos, sino que también sociales y culturales, por lo cual a raíz de ello analizaremos a lo largo de este escrito algunos de los beneficios que trae Lollapalooza no solo en sus 3 días, sino que en los meses de preparación y publicidad para dicho evento.

Cada vez que se confirma una nueva edición de Lollapalooza en Chile es inevitable no ver por todo Santiago publicidad, merchandising y jóvenes trabajando de promotores en las distintas áreas que se aborda el equipo publicitario, ya sea de Lolla o sus partners. Es por eso, que es importante visibilizar también que Lollapalooza genera cientos de empleos de manera directa e indirecta en el mundo del retail y tecnológico. Esto lo podemos ver a simple vista con el comportamiento de los distintos auspiciadores de Lollapalooza (Levi´s, Pepsi, Costanera Center, Xtrem, VTR, Royal Guard, etc.) generando así distintos empleos part-time de apoyo para sus distintos socios del mundo de la moda o retail en general.

Por otro lado, no podemos dejar de lado el impacto cultural que generaba Lollapalooza al realizarse en el Parque O´Higgins durante los veranos de nuestro país.

Para algunos, el festival servía para despedir las vacaciones, para otros para comenzar de buena manera el año, y para muchas personas servía para poder ver a sus ídolos musicales en nuestra ciudad, generando así, una emoción irrepetible en la vida de cada melómano que recorría de un escenario a otro buscando otro golpe de emoción y adrenalina.

A raíz de esto, es fundamental recalcar el daño socio-cultural que generará la ausencia de este mega festival en Santiago Centro.

¿Pero cuáles son los daños a los que me refiero? Es innegable que Lollapalooza era una excelente manera de unificar a un gran grupo de personas sin distinción política, social, sexual o cultural. De hecho, si se pudiera definir en una sola palabra el ser parte de la multitud de fanáticos que asisten al festival, la mas idónea sería libertad.

Una libertad independiente, que vengas de Las Condes, Pudahuel o de regiones, el fin de Lollapalooza es solamente uno, y ese fin es el ser un festival 100% inclusivo.

Pero, ¿se podrá ser realmente inclusivo en un Lollapalooza que se haga en comunas descentralizadas, como Vitacura o Cerrillos? La respuesta inmediata sería afirmativa, debido a que el cambio de localidad no afectaría la producción del evento y los fanáticos -público objetivo- llegarían perfectamente ante cualquier localidad de este mega festival.

Pero, en cambio, si analizamos un poco más en profundidad, nos encontraremos con varios puntos que podrían combatir con esta anhelada inclusión.

En primer lugar, podremos darnos cuenta de que (nos guste o no) habrá gente que se le dificulte el regreso a sus hogares por el peligro que se vive en el transporte público en el horario nocturno, ya sea porque baja la cantidad de buses en las calles o simplemente el servicio de Uber, Didi, Beat o Cabify disparan sus precios ante la alta demanda.

En segundo lugar, baja enormemente la venta del comercio ambulante, hostales y servicios de transportes en el sector de Santiago Centro. Si bien el comercio ambulante es algo no recomendado, no podemos negar que entrega beneficios que no siempre están a simple vista de los consumidores. Estos beneficios perfectamente pueden ser los siguientes:

  • Menor costo de bebidas, snacks o merchandising a las afueras del festival.
  • Mayores ingresos para familias que se dedican al comercio ambulante.
  • Solventar distintas necesidades de transporte ya sea por taxis, radiotaxis o servicios de camionetas tipo Van para transportar a grandes grupos de asistentes, o incluso hostales que permitan alojar a turistas o gente que se queda sin transporte para el retorno a sus hogares.

En tercer lugar tenemos la gran pérdida del turismo cultural que se encuentra en Santiago Centro. No podemos, ni debemos pasar por alto que Santiago Centro es la comuna con más monumentos históricos de nuestra región. Y aún más, el barrio República (aledaño al parque O´Higgins) goza de grandes obras arquitectónicas que pertenecieron y sirvieron de vivienda a personajes históricos de nuestro país. Incluso algunas obras arquitectónicas que podemos ver reflejadas en el barrio, estuvieron a cargo del gran arquitecto Josué Smith Solar.

Luego de ejemplificar algunos de los daños o perjuicios que nos genera la ausencia del festival en Santiago Centro, podemos dar cuenta que esto perfectamente podría generar que cientos de asistentes y turistas puedan desistir de comprar sus entradas debido al alto costo adicional que le generaría poder asistir al festival.

Es por eso que la noticia de que Lollapalooza Chile no se pueda realizar en el parque O’Higgins genera un daño muy grave no solo a nivel socio-cultural, sino que también afecta con cientos de trabajos y familias de personas que trabajan dentro y fuera del festival, cientos de trabajos part-time de jóvenes estudiantes, afecta el rubro del hospedaje y turismo (muy golpeado durante la pandemia), y también afecta a los asistentes por no disfrutar las maravillas históricas que entrega ese sector de la capital.

Algo que lamentablemente no tuvo mayor revuelo por parte del municipio de Santiago.

Sólo me queda por preguntarles lo siguiente, ¿esta gran pérdida realmente vale 90 millones de pesos?