Por Yudy Tunjano G.

Master Compliance Officer.

Universidad Complutense de Madrid.

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“Hay que ser buenos no para los demás, sino para estar en paz con nosotros mismos”. Achile Tournier

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Desde tiempos remotos la ética ha jugado un papel importante en el quehacer humano. La preocupación por la dimensión de la actividad económica ha sido constante a través del tiempo. En la antigua Grecia, por ejemplo, Aristóteles mantuvo una rotunda crítica a la práctica de la usura; y los demás teólogos y filósofos consideraban que el comercio carecía de “virtud” por ser el resultado de una conducta “egoísta” de los hombres de negocios. Con el paso del tiempo, gracias al desarrollo, avances tecnológicos y a grandes figuras como Adam Smith y su obra “La riqueza de las naciones”, el comercio sin límites se convirtió en el eje central de la sociedad llegando por momentos a considerarse válida la premisa de que “la ética es una cosa y los negocios otra”.

Bajo esa lógica, atónitos hemos presenciado los descalabros de grandes emporios económicos por falta de transparencia y probidad en sus procesos y procedimientos. La famosa crisis subprime, el escándalo de la Volkswagen y tantos otros de la lista, han sido presentados como consecuencia del exceso de confianza, de créditos, bajas de interés, por irresponsabilidad de trabajadores medios en la mitigación de riesgos, por simple falta de control. Sin embargo, lo que realmente ha sucedido es el colapso total del comportamiento ético manifestado en la codicia generalizada del mercado desmedido y sin control. La política orientada fundamentalmente a los resultados, desconectada de la moral personal y social genera directivos y empresas que violan las leyes, engañan al consumidor, contaminan el ambiente, roban a los accionistas y al fisco, contratan mano de obra infantil o arriesgan la salud de sus trabajadores.

Actualmente, la ética en los negocios no está centrada en criticar la práctica u operación comercial de las compañías, sino en cómo persiguen el beneficio económico. Lo que la sociedad espera, es que ya no solamente sea el individuo libre y autónomo quien asuma las consecuencias de sus actos, sino que de igual forma las empresas sean responsables de asumir las consecuencias de sus decisiones, y que todo perjuicio ocasionado en la vida y propiedad de otros deba ser reparado.

Bajo ese concepto de responsabilidad ha surgido la corriente de la “responsabilidad corporativa”, entendido como el modelo de gestión con el que las organizaciones buscan equilibrar la importancia entre el beneficio económico propio y el de sus stakeholders o grupos de interés, con el impacto social y medio ambiental en la comunidad en la que participa de manera directa. La tendencia mundial es que establezcan compromisos mínimos con los principios que defienden los organismos internacionales de mayor solvencia moral, por ejemplo, The Union Nations Global Compact with Business, propuesto por el Secretario General de la ONU y que ha sido suscrito por 800 compañías, aproximadamente.

La ética no puede quedarse en un discurso teórico o en una imposición en torno a cómo deben ser las cosas desde un punto de vista ideal. El comportamiento íntegro debe surgir de los principios y valores personales aprendidos en el seno familiar de quienes dirigen las corporaciones, para que se reflejen en decisiones prudentes, justas y coherentes con lo que exige el mercado y reclama la sociedad.