Hasta que ya no sea necesario luchar

Por Rachel Valenzuela.

Estudiante de Derecho en la Universidad Andrés Bello.

“Un feminista es cualquiera que reconozca la igualdad y plena humanidad en mujeres y hombres”- Gloria Steinem.

Durante un largo periodo en la historia, fue necesario ponerse de pie y empuñar nuestras manos en busca de obtener derechos y herramientas para sobrevivir a una carrera en contra de la injusticia, indignidad – y muchas veces la misma muerte -. Tuvimos que establecer nuestro lugar como individuos, dignos de igualdad y derechos en cuanto que personas, así como rezan los Derechos Humanos.

Cada grupo por su cuenta, cada conjunto de oprimidos que han tenido la voz para hacerlo, se han despertado clamando por sus derechos y por un espacio en la sociedad: esclavos, mujeres, afroamericanos, extranjeros, y un largo etc.

Es en este marco que surge el feminismo y sus 4 olas.

Primera ola: Tiene lugar en el renacimiento (siglo XV-XVI), se exigía la incorporación de la mujer al mundo académico, acceso al conocimiento y educación al igual que los hombres de la época. Igualdad ante la ley, acceso a la ciudadanía y derecho a la participación política. Tiene lugar en el marco de las revoluciones burguesas. Un feminismo ilustrado, liberal y sufragista que declaraban que sin derechos civiles para las mujeres no había revolución.

Segunda ola: (2ª mitad del S. XIX – Primer tercio del s. XX) Informada en parte por el marxismo y la teoría de Engels sobre la familia: “en la familia, el hombre es el burgués y la mujer es el proletariado”. De esta forma uniendo la lucha de clases con la lucha de géneros. Por algún motivo esta clase de feminismo ha pasado desapercibida cuando miramos hacia atrás en la historia del movimiento, incluso por algunos autores no la considerarían parte de una segunda ola, pero sin dudas está teniendo reavivamientos y relevancia el día de hoy, por eso creo que es válido mencionarlo. Se exigía el sufragio universal, acceso a las profesiones de todo tipo, derechos y deberes matrimoniales iguales a los de los hombres. Declaraban que sin derechos políticos para las mujeres no hay paz ni democracia.

Tercera ola: (Segunda mitad del s. XX y comienzos del XXI) es un feminismo que no tiende a moverse en el campo de políticas públicas, económicas o educativas, sino que entra en un terreno más amplio y determinante: la cultura.

Con libros tan fundamentales para lo que será el feminismo y su venidera “cuarta ola”, como lo es “el Segundo Sexo” de la existencialista De Beauvoir, con frases como “no se nace mujer, llega una a serlo”; la escritora plantea que el concepto de mujer es un concepto socialmente construido, es decir, artificial. En esta ola toma forma el pensamiento feminista, análisis y descripción del patriarcado y acuñación de términos. Se establecen las desigualdades de sexo-género como culturales y no biológicas o naturales. 

El feminismo comienza a tener lugar en instituciones educacionales, medios de comunicación y oficios. Las mujeres comienzan a usar pantalones y anticonceptivos, en la política eligen y son elegidas; consiguen el divorcio, el cual, por cierto, se obtuvo el año 2004 en Chile. Incluso se generalizan las escuelas mixtas.

El movimiento comienza a diversificarse, aparecen distintas ramas de feminismo como el feminismo radical, neomarxista, liberal, doble militancia, etc. También comienzan a aparecer lobbies y a mezclarse esta lucha con otras.

Aquí es donde nace la posible “cuarta ola”, que quizás hoy no estamos viendo en su esplendor, pero si el comienzo de ella. Con conceptos como el transfeminismo o teoría queer, movimiento femen, etc.

A pesar de la cantidad casi infinita de feminismos y sus diferentes características, diferencias y similitudes, no caben dudas de los logros y avances sociales, económicos y culturales que se han conseguido; hoy como mujeres somos capaces de controlar cuando queremos ser madres, si es que queremos serlo, tenemos las mismas oportunidades que un hombre para estudiar o trabajar, incluso se ha conseguido que el anticonceptivo masculino. Aquellas cosas que hoy siguen siendo injustas, se irán haciendo visibles y por ende desaparecerán. Es que la mentalidad de las nuevas generaciones ha cambiado, creo que hemos aprendido bastante, y lo bueno hay que reconocerlo.

Pareciera ser que la brecha entre géneros, para la generación presente y las siguientes será cada vez más borrosa e inexistente, gracias a movimientos fundamentados en el anhelo de justicia y dignidad, como lo es el feminismo. Pero parece ser que movimientos que buscan levantar y acercar al marginado, fácilmente se tergiversan, politizan y polarizan, pasando a ser meras herramientas de alas políticas, ideologías. A mi parecer, como mujer estudiante, hija y hermana de 4 mujeres, he preferido mantenerme fuera de la discusión del feminismo y varios otros “ismos”, porque es fácil ver como un movimiento que clama justicia, comienza rápidamente a clamar venganza. Pero como dice un amigo mío: “tiene que tener una politización, ideología sin política, es un mero poema sin accionar”. Frente a este panorama me pregunto, ¿en qué se convierte una sociedad que se basa en exigir derechos y privilegios?, o ¿hasta qué punto un derecho se convierte en un arma en contra de otros?

Y confieso que fantaseo con una sociedad en la que la óptica de géneros, el ver el mundo dividido entre hombres y mujeres, como seres negativamente diferentes, no exista ya, y seamos solo individuos dignos de respeto y dignidad, válidos por quienes somos y lo que traemos al mundo. Una sociedad en que ya no sea necesaria la incesante búsqueda y exigencia por derechos a entidades abstractas como lo es un Estado, y que busquemos significado a nuestras vidas para traer los frutos de ello a la sociedad y la cultura; que aprendamos responsabilidad de nuestras acciones antes de exigir retribuciones.

Fuera de toda fantasía, es admirable y estoy orgullosa de poder levantarme como mujer sobre los logros de mis ancestros, y este 8 de marzo es un día para recordar y honrar el esfuerzo de quienes ya no están, de las que estamos, y las que vienen; hasta que ya no sea necesario luchar.