Últimas noticias

El abogado del siglo XXI. El moderno Fausto

Por Sebastián Quiroz M.

Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad del Desarrollo. Profesor de Historia del Derecho Universidad Finis Terrae. Certificado en Epistemología por la Universidad de Monterrey, México.

Así como el Fausto del siglo XVI, el abogado contemporáneo se percibe a sí mismo como un hombre inteligente y de gran éxito, aunque constantemente manifiesta estar insatisfecho con su vida. Esta insatisfacción puede tener que ver tal vez (y hay buenos motivos para creerlo) con la concreción del conocimiento jurídico a lo técnico, a saberes que se alejan del viejo tronco jurisconsulto que aun resiste en el derecho civil. Las ramificaciones incesantes del derecho y las necesidades regulatorias de la sociedad actual generan verdaderos ecosistemas normativos que reclaman una identidad propia y que en la mayoría de los casos están más familiarizadas con la ciencia o arte que reglan que a un todo armónico como es el fenómeno del derecho en su concepción clásica.

En consecuencia, los abogados de la nueva centuria han tenido que reinterpretar su profesión más allá del romántico sueño de alcanzar el “arte de lo justo” y entrar a bucear en profundidades que pertenecen por definición a otras disciplinas, como ocurre con el derecho tributario y la contabilidad, la libre competencia y la macroeconomía, el derecho de la construcción y la ingeniería, el derecho penal y la criminología, entre otros. La puesta en escena es cruda, la sobrepoblación de abogados nos arroja a la especialización o a enfrentar el desempleo.

Es por esto que en consonancia con la ambición personal que pueda tener cada uno, nos vemos en la necesidad de la renuncia a la integridad y permanencia del derecho para alcanzar el éxito y el desarrollo personal a través de un conocimiento que sólo se sostiene por un tiempo limitado, que se manifiesta en normas reglamentarias cuya permanencia no resiste el paso de la década. Lo que lo lleva a cambiar el “arte de lo justo” por la comprensión de la ciencia o arte que está auxiliando.

Y así como el Fausto de Goethe, el abogado contemporáneo está irremediablemente condenado porque prefiere el conocimiento pasajero al permanente, el ajeno al propio, se encamina por senderos que solo pueden terminar en su despersonalización, en ser más contador que abogado, pero sin llegar a serlo. El que alguna vez estuvo preocupado de conocimientos tan altos como la justicia, hoy se pierde en los vaivenes de la economía y discutiendo sobre ingeniería.

Es un Fausto moderno que se percibe como un intelectual insatisfecho que anhela algo más en su vida, no puede conciliarse y al igual que el Tántalo griego queda sentenciado a la desesperación por el hambre y sed, cada vez que intenta tomar una fruta o sorber algo de agua, estos se retiran inmediatamente de su alcance. El abogado está condenado a la tentación sin satisfacción.