
Por Kevin Seals Alfaro.
Egresado en Derecho y Minor en Ciencias Políticas por la Universidad Adolfo Ibáñez. Diplomado en Derecho de Familia e Infancia por la Universidad Andrés Bello. Ayudante de Investigación en la Academia de Derecho Civil de la Universidad Diego Portales.
Teológicamente, 50 es un número que evoca la idea de jubileo, expresado con <<lo que se ha llenado >> en el entendido de lo que ha sido saldado o reparado por completo. De ahí que para su llegada –siguiendo el lenguaje de un bono estatal que gratifica la tolerancia de la convivencia matrimonial– hablemos de “bodas de oro” o “el jubileo”. Su modulación política, sin embargo, es ambigua y poco romantizada al sopesar la máxima con las concretas acciones institucionales sujetas a determinadas lecturas ideológicas orientadas a ese “reparar por completo”. Adelanto una intuición: cualquier esfuerzo siempre será insuficiente políticamente.
Septiembre no es tan sólo el inicio de la primavera en nuestro sector del meridiano, sino, también, marca dos fechas efeméricas que nos dotan de relato identitario. Por un lado, en cuanto fecha que no suscita mayores conflictividades, “el 18 de septiembre”, fiestas patrias; y, “el 11”, la conmemoración del Golpe Militar de 1973. A él me referiré.
Mi formación jurídica demarca, en principio, los alcances del análisis que puedo ofrecer en cuanto comentarista leguleyo. Cualquier esfuerzo intelectual tendería a esbozar un balance de las políticas públicas sobre la cultura de la institucionalización de los Derechos Humanos y los avances que en los órganos jurisdiccionales se han hecho en materia de crímenes de lesa humanidad cometidos por los agentes del Estado durante el periodo de la dictadura. Sobre tal, resultaría interesante referirnos a cómo el proceso de internacionalización de los DD.HH. ha influido en el razonamiento penal y constitucional de los tribunales al analizar los alcances de los tipos penales y su remisión garantista a los derechos constitucionales; o pensar cómo en materia administrativa se han diseñado los servicios en pro de los estándares en materia de derechos humanos y fortalecimiento de la democracia. Hasta aquí, la lectura técnica de nuestra profesión sería admitida y (medianamente) satisfactoria. Pero ¿cuánto de esta visión nos aleja de un análisis jurídico sobre los 50 años del Golpe de Estado? ¿Puede el Derecho decir algo que la Historia y las demás ciencias sociales no hayan ya dicho?
Quizá por mi calidad de Minor en Ciencias Políticas y mis antiguas actividades como ex profesor de voluntariados en preuniversitarios sociales, mi sentir epidérmico si bien asume que una lectura de nivel alto nivel técnico –casi objeto de ensayo y publicación monográfica– por muy satisfactorio que sería para la comprensión sistemática y desideologizada que supone a prima facie el Derecho, aun así no hace justicia a lo que desde nuestra disciplina podemos aportar. Por ello, pido al lector me permita hacer una (breve) reconstrucción teórica de los cimientos sobre los que se erige el Derecho Moderno, pero en tono reflexivo desde las máximas de la justicia, equidad y los valores de la Democracia Republicana, la fraternité y los derechos humanos. Materias que, por sus meros nombres, han dado bibliotecas enteras para estudiarlas, aun así pueden ser subsumidas a lo que conocemos como cultura cívica. Tópico que, por su natural amplitud de intereses, es el espacio para pensar el Derecho desde las bases de la Teoría y Filosofía Política; disciplinas que toman causes profundos desde dos sencillas preguntas: ¿Qué es el poder político? Y ¿quién es un buen gobernante o qué entender por “el buen gobierno”?
I
A la conmemoración de los 50 años la antecede la contingencia: por un lado, el Gobierno fuertemente golpeado en relato y credibilidad por los errores de probidad y respeto a las confianzas ciudadanas –cuestión que produce divisiones y reproches entre los dos frentes de la coalición gobernante–, y por otro, el oportunismo de la oposición para imponer las líneas morales y condicionar el debate de las materias legislativas de mayor urgencia social o que al menos requieren del cierre de un largo debate en el Congreso y que han sido objeto de reprochable judicialización por la Corte Suprema. Ello sin considerar, por cierto, la delicada situación del país en lo económico, la seguridad y el constante ataque al hombre que ocupa la Presidencia de la Republica.
Y dejo constancia de lo anterior, pues la cuestión por los 50 años es precisamente ¿cuánto hemos avanzado en democracia por los espacios de reconciliación y avance en el compromiso en materia de DD.HH. fuera de todo intento personalista por querer copar el poder e imponer una tendencia sea o no legítima dentro de los márgenes de aceptada discusión?
Los balances históricos ya hechos están. Las causas que podrían explicar las motivaciones de las comandancias de las cuatro ramas de las FF.AA. para iniciar, sumarse y mantener un régimen autoritario, de rendimiento de culto a la personalidad de Pinochet, la exacerbada exaltación de los símbolos patrios y eslóganes nacionalistas para disfrazar crímenes por “restauración nacional” o el involucramiento de los civiles para “blanquear” la gestión política, ya fueron dichas; así como, también, de los fracasos y torpezas de los lideres de la izquierda socialista-marxista de la Unidad Popular que delirantes del discurso de la lucha de clases y “de la defensa irrestricta del proletariado víctima del imperialismo burgués” llevaron al país a la pérdida de 17 años (no sólo) de la Democracia, sino que 17 años de imposición del miedo, impunidad de crímenes políticos –persecución, tortura, secuestro y desaparición–, pausa de las relaciones internacionales civilizadas, entre otros males que hasta hoy pesan.
Y aquí me aventuro con la siguiente tesis: una cosa es asumir que la generación que nace y se desarrolla durante las décadas de 1970 y 1980 creció con el temor de “no te metas en política, porque es peligroso” y, otra muy distinta, es que esa misma generación ha sido incapaz de defender y reclamar su posición dentro de los espacios de mayor poder y magistraturas de la Republica; espacios copados, abruptamente, por la generación siguiente, inexperta, torpe e ilusa.
Que sea en los 50 años y no el centenario en que nos planteamos seriamente la pregunta por ¿cuánto han estado dispuesto a renunciar los dirigentes políticos a sus personalismos y arrebatos de búsqueda del “nombre en la historia” por los intereses de la Nación? ¿Qué tan capacitados están, en conocimientos, valores y disposición nuestros legisladores para asumir los desafíos de los próximos 50 años? ¿Qué tan polarizada está la gente con la tardanza y divisiones partidistas en el contexto de la ausencia de los mega relatos políticos? A 50 años del golpe militar, las preocupaciones de los viejos dirigentes de la concertación por el cuidado de la Democracia hoy se vuelven más vívidas que antes. Lo que llamaban “fantasmas de una generación” hoy son problemas reales del Gobierno.
Que las elecciones Boris-Kast, Convención Constitucional, Plebiscito, Consejo Constitucional y pronto “plebiscito 2.0” nos sirvan de ejemplos para medir la calidad de nuestras instituciones republicanas; de la calidad de nuestra Democracia y no sólo en quiénes participan en calidad de candidatos, sino que cuántos son los que participan como sufragistas, cuál es el nivel del debate y propuestas, cuáles son los mecanismos institucionales que permiten que minorías circunstanciales de efímera representación pueden llegar a los asientos de la legislatura; cuán comprometidos están los órganos que integran el Poder Judicial –en cuanto actor de la trilogía de la separación de poderes– de perfeccionar la democracia informando al Ejecutivo y Legislativo de las falencias del sistema, o resolviendo casos que estén a la altura no de las exceptivas e intereses de los litigantes –lo cual sería un error– sino de los valores y realidades sociales que cada causa supone y es identificable con un cumulo similar y, a su vez, reconducible a las figuras de los derechos constitucionales, dando cuenta así de la realidad socioeconómica y política de la ciudadanía.
II
En el tiempo que ejercí de “profesor-tutor” –a la fecha ya no lo hago tanto por salud como por tiempo– en los preuniversitarios y demás actividades de educación cívica en voluntariados sociales, no sólo tuve la oportunidad de ver cómo las generaciones llamadas a gobernar y trabajar en los próximos 25 años por la Republica estaban totalmente desconectadas, por falta de interés y voluntad, de la realidad política; enfocándose, en cambio, por cómo pasar los cursos y años de escolaridad y educación superior para “vivir tranquilos” dentro de sus ya limitadas realidades sociales e intelectuales. La frase de “gobierne quien gobierne tendré que seguir trabajando” o “yo no vivo de estos políticos” simplifican perfectamente lo dicho.
Hoy en que ofició de procurador y debo atender público en la oficina de abogados en la que colaboro, una que otra crítica sale no sólo al diseño institucional de nuestro Derecho, sino que también a la dirigencia política, por lo que noto cierta fatiga por el estado de las actuales circunstancias. A la gente, simplemente, no le interesa la conmemoración de los 50 años; la ciudadanía lo que quiere son respuestas rápidas, fáciles y (como don de la gracia) honestidad. Lo curioso, sin embargo, es que ser honesto no es ganancia ni en votos ni en lucro.
La Democracia no sólo se pierde por los caprichos individuales de unos pocos que desean el poder; se pierde por la desafectación identitaria del sujeto que es cimiento de este modelo de gobierno, el Pueblo; se pierde cuando se falta a la palabra empeñada o los descaros del abuso de los espacios de poder son evidentes; se pierde cuando el diseño institucional, expresado en las Leyes, no son capaces de responder a las necesidades de la mayoría; se pierde cuando toleramos sin supervisión la llegada de populismos sonoros. Ante esto, las gentes abandonan el dialogo, la reflexión, la mesura de las pasiones y se entregan a soluciones simples, violentas y –como suele ser la tendencia de nuestro país– nacionalismos de dudosa identidad representativa de la nación.
A 50 años del golpe, el dolor que debemos tener como miembros de un mismo cuerpo social por los aun detenidos desaparecidos, teniendo a la vista los Informes Retigg y Valech, debe ser algo que no podemos olvidar, pues detrás de ellos hay familias, sueños, deseos que el Estado no ha sabido responder. Mas, no debe ser el único foco de conmemoración. Que el bombardeo al Palacio de Gobierno, que los restos fenecidos del Pdte. Allende sacado en camilla por los bomberos de La Moneda, que las detenciones en el Estadio Nacional, que los memoriales, velatones y la cueca sola no sólo reflejen un momento negro de la Historia de Chile, sino que sean antecedentes que nos sirvan para reflexionar por los esfuerzos que hacemos como ciudadanos para que ello no se repita.
El viejo Hobbes tenía razón al decir que el estado de naturaleza está siempre a la vuelta de la esquina, esperando que los maximalismos se acumulen de modo tal que la falta de mesura, diálogo comprensión y lectura de las circunstancias para que broten la imposición de unos sobre otros; cualidad tan propia de nuestra igualdad como seres humanos que hace que sólo la idea de renuncia, dialogo y– tan mal entendida– política de los acuerdos en la medida de lo posible sean posibles.
Desde el Derecho, los abogados en el ejercicio de la profesión, los magistrados, fiscales y auxiliares de la administración de justicia tienen un rol importante en esto: ser la primera línea que encauce los conflictos jurídicos privados y públicos en soluciones que no sólo cumplan con la reglamentación del procedimiento y la amplitud conceptual de las instituciones jurídicas puestas en conflicto, sino que aspiren a internalizar las razones de justicia que nos hemos dado a través de ellas. Y con ello, pensar cuán justas pueden ser éstas.
En lo personal, tiendo a creer que pertenezco a una generación brillante, pero necia. Tenemos los más altos niveles de ilustración que en la historia se habían visto, una tasa de escolaridad y perfeccionismo tal que podemos repensar todas las instituciones desde las más modernas miradas; crear nuevas tecnologías y hacer de estas riquezas patrimoniales; mas, con todo, carentes de prudencia del desarrollo y espera de la concreción de las ideas y obras. Necedad que ciega un querer avanzar –muchas veces– sin tranzar; una necedad que condiciona el dialogo y nos vuelve susceptibles a superficialidades. Características peligrosas si asumimos que, a su vez, por muy brillantes, carecemos de relato al estilo de los mega relatos del siglo pasado. Los ismos se agotaron y todo intento por reanimarlos es inoficioso. Las motivaciones de los colectivos sociales no son ideologías, son causas temáticas que pueden o no guardar conexiones entre sí; los valores de la fe cristiana ha sido desplazada o por la falta de compromiso o simplemente su desafección, la Iglesia no es un agente del debate político; los sindicatos o gremios sólo se preocupan por algún beneficio que pueden obtener de alguna caja de compensación para sus afiliados o subscripciones a bajo costo en algún periodo de atractiva editorial; los poderes del Estado neutrales pero serviciales a los dirigentes de turno, debilitan sus recursos y capacidades de gestión. En el fondo, fatiga de las instituciones político-jurídicos de tienen vocación permanente.
Que sea en los 50 años y no en el centenario o en la octagésima conmemoración que revaloremos las nociones de República, Democracia y Derechos Humanos. Esta trilogía de la libertad nos demanda pensar en renuncias personales y velar por la mantención de las bases que permiten la convivencia, la estabilidad política y dan vigorosidad, identidad y continuidad a las instituciones llamadas a gestionar los conflictos cívicos. Que sea en los 50 años en que el símbolo del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 sea condenado, no tan solo por sus 17 años de dictadura, con todo lo que ello significa, además, por ser el símbolo de la fatiga de la realidad política y jurídica de la Nación. En este sentido, el Derecho sólo es tecnicismo, es, también el espacio para pensar desde sus fundamentos, los años que han de venir y con ello sus militantes desafíos.