Voto femenino en Chile y proceso constituyente: ¿por quiénes votan las chilenas?

Por Rachel Grez.

Abogada por la Universidad Diego Portales. Integrante e investigadora de la Academia de Derecho y Consumo de la Universidad Diego Portales, años 2016-2017.

La historia del voto femenino en nuestro país es de larga data. Sin duda, como todo proceso histórico, la lucha por posicionar a la mujer como miembro activo de una sociedad democrática no surgió de manera espontánea. Para fines didácticos, podemos situar el punto de inflexión que da inicio al movimiento por el voto femenino en Chile como consecuencia directa el decreto Amunategui. Dicho decreto deviene en fundamental toda vez que dio paso- como norma habilitante-, a que las mujeres pudieran acceder a la educación superior. De esta forma, la educación formal permitió a esta parte de la ciudadanía desapegarse de forma paulatina de su anónimo rol en las labores del hogar.

Esta primera generación de mujeres “ilustradas”, fue la que de manera rupturista implantó en nuestra sociedad el germen de lo que podríamos denominar “emancipación femenina”, rebelándose contra la moral imperante de la época -marcada por una visión patriarcal y teocéntrica-, donde el imperativo religioso y conservador heredero de la colonia estaba lejos de conceder un papel protagónico a la mujer en la esfera pública. Así, tal como señala Diamela Eltit en su libro crónica del sufragio femenino en Chile, “matrimonio y maternidad son percibidos como obligaciones sociales y morales que garantizan la posición de la mujer en la sociedad. Este rol social contrasta con el rol asociado al hombre, en el espacio público”.

La lucha por rescatar a la mujer de su rol secundario en el espacio público no fue antojadiza. En 1875, y aun cuando la Constitución Política del año 1833 garantizaba la igualdad de deberes y derechos a todos sus ciudadanos, esta igualdad se desdibujó cuando un grupo de mujeres acudió a las urnas a votar en las elecciones presidenciales de ese año. No solo se les negó de forma rotunda la participación, sino que en 1884 se promulgó la ley electoral que en su artículo 40, prohibía de manera expresa el derecho a voto de la mujer. Esta ley es apoyada de manera unánime por todos los sectores políticos de la época, quienes argumentaban que el voto de la mujer no sería sino la extensión de las convicciones del cónyuge y, por lo tanto, carecía de total validez y consistencia.

Luego de varios años de activismo pujante, en 1935 se aprobó que la mujer pudiera elegir y ser elegida en las elecciones municipales, consiguiendo el derecho a sufragio pleno finalmente en 1949 (el cual se hizo efectivo en las elecciones presidenciales de 1952).

Hoy nuestro país enfrenta un momento histórico en el marco del proceso constituyente que comenzó con la aprobación del plebiscito de octubre, y las mujeres somos parte esencial y un eslabón estratégico de la sociedad. Sin duda el reconocimiento legal de nuestro derecho a sufragio constituye un cimiento importante, pero aún resta un largo camino que recorrer y -si bien- aquellas luchas han mutado, aún sigue en alto nuestra bandera ultrajada por aquellas demandas desoídas. La historia nos otorga un momento valioso para plasmar aquello que durante mucho tiempo fue callado. Según el último padrón electoral entregado por el SERVEL, del universo de personas habilitadas para votar, el 51% corresponde a votantes mujeres: somos mayoría.

De esta forma, tal como de manera brillante afirma Amanda Labarca en ¿por quienes votan las chilenas? Hay entre nosotras una gran potencial de energía que no ha sido liberado, ni encauzado, una gran pasión de caridad, de hermandad, para redimir al que sufre, para aliviar los dolores que afectan a las familias de todos, y cuando las mujeres comprendamos que para obtener buenos frutos de solidaridad es indispensable actuar colectivamente y participar en la prestación de poderes públicos, se sacudirán de prejuicios e irán a las urnas a defender los postulados que les parezcan superiores y los planes de acción que juzguen más eficaces.

Así las cosas mujeres todas, llegado el momento de liberar esta energía es nuestro deber y responsabilidad connatural hacernos cargo de aquello que se nos devuelve y encauza. Una conciencia colectiva que se une para finalmente construir el Chile que siempre se nos negó. No queremos unirnos a los colores que desde siempre priman en la paleta, queremos nuestras propias formulas y mezclas, porque tal como anhelaba Labarca en la primera mitad del siglo XX, finalmente hoy acudiremos a las urnas y construiremos de manera colectiva aquellos postulados y planes de acción que nosotras juzguemos superiores.