
Por María Alejandra Mancebo.
Feminista y cofundadora de Cata Jurídica con Tacones. Consultora y Voz Visionaria. Vicepresidenta del Capitulo Venezuela del Colegio Internacional de Estudios Jurídicos de Excelencia Ejecutiva / CIDEJ. Miembro de la Fundación de Violencia Vicaria en Colombia. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0208-0134. Instagram @maria_alejandra_mancebo_. Instagram @catajuridicacontacones. Linkedin: @Maria Alejandra Mancebo. Correo: [email protected].
La muerte de una mujer por su condición de género constituye un hecho abominable como representación máxima de la violencia machista. Muchos países, incluyendo Venezuela, reconocen tal acto como un tipo penal con penas severas e, incluso, hasta la suspensión de beneficios procesales.
Siendo así, la terminología varía de acuerdo con la legislación. Para algunos es femicidio, como lo reconoce Venezuela; para otros es feminicidio, como lo consagra México. Ambos vocablos se refieren a la muerte de una mujer y, aun cuando se emplee como sinónimos, no tienen el mismo significado, pues el femicidio es la muerte de una mujer por su condición de mujer y el feminicidio es la muerte de una mujer por su condición de género, producto de la no actuación de los órganos de protección de este sector. Sin duda, su performatividad es distinta.
Ante esa muerte suceden muchos acontecimientos alrededor y de ello versará el artículo. Más allá de definir un tipo penal, se pretende permear el delito con el concepto de la “performatividad” del lenguaje, que significa que versa en vocablos que por sí solos generan una acción. Siendo así, es imperioso que el lector logre vislumbrar que detrás de cada muerte de una mujer por su condición existe una historia de ella, pero también de su familia. Que más allá de ser tratadas como victimas indirectas sufren de manera letal la victimización de un sistema y las secuelas de la infocracia, que se alimenta de mentiras emotivas, causando muerte simbólica de los vivientes de la víctima.
Esta realidad está vigente con mayor auge con las nuevas tecnologías y el uso del lenguaje, lo que amerita atención desde la victimología y ser puesto como política criminal en el tapete, tomado en consideración que la lucha es de todas. Siendo así, se consideran que una solo mirada resulta insuficiente ante la grandeza de reconocer los derechos de las mujeres. De allí que las visiones deben formar parte como elección metodológica al momento de hablar en “Voces Silenciadas: El Derecho al Honor de las Víctimas de Feminicidio».
Y la respuesta es la esencia del Derecho que, como factor y producto social, es llevada a cabo por hombres con cultura machista, lo cual hace que la normas tengan vestigios androcéntricos. Pese a los discursos de igualdad, esta afirmación permite que las perspectivas mencionados sean guía de acuerdo con el hecho, la mujer, su raza, cultura, lengua… para vislumbrar que cada mujer es distinta y una norma sesgada con apariencia de imparcial sólo acrecienta la discriminación.
Las particularidades positivas de los medios de comunicación residen en que facilitan que amplios contenidos de información lleguen a extendidos lugares del planeta de forma inmediata, como pueden ser noticias, avances tecnológicos, descubrimientos científicos, etc.
Ahora bien, tal bondad también genera una realidad, como es la visibilidad que le otorgan los medos a las noticias de violencia contra mujer. En este caso hacemos énfasis en las muertes de las mujeres, hecho extremo como extrema es la manera que se expone. Siendo así, resulta aterrador leer desde los estados de teléfonos, notas de prensas y videos, que relatan detalles precisos donde la mujer víctima resulta ser mala madre, alegre, que salía de noche…, datos escabrosos y reiterados sobre el modo en que se ejerció la violencia, sin importarle a quien los difunde el dolor de la familia. Una la morbosidad mediática que no deja de asombrar, incluso con fotos e imágenes que acompañan.
No basta que una mujer reciba la muerte por condición de mujer. Más allá de la muerte, no se le respeta ni a ella ni a las familias. Se dan las noticias comparando o tratando a la víctima como una cosa, donde hasta los apodos son parte que conlleva a que se juzgue a esa mujer asesinada llegando a justificar al femicida.
En esa línea, el uso de las redes sociales -amparado en la libertad de expresión- que pueden y deberían aportar positivamente para conformar una identidad deciden promover violencia, estereotipos, roles de género que afectan la imagen y reputación de la víctima. Y ustedes dirán, pero si ya falleció, ¿que importa? Si incumbe, y mucho, pues la mujer que recibe la muerte de mano de su agresor la siguen lacerando en una tumba, sepulcro, donde sus hijos, madres, amigos lloran, ya no solo por el hecho de la muerte, sino que ellos serán las nuevas víctimas.
¿Qué son? ¿De qué manera victimizan y perpetúan la violencia machista, frases como “ella busco su muerte”, “porque se viste así”, “seguro estaba con otro”? Según Dovidio (2010), los estereotipos son las “creencias y percepciones generalizadas acerca de las características que están mentalmente asociadas a un grupo de personas”, definición que puede ser entrelazada con la de Maquieira (2001), quien señala que los estereotipos de género son “el conjunto de creencias acerca de lo que significa ser hombre y ser mujer en una sociedad concreta en un tiempo determinado”.
Sí, mis queridos leedores, creencias, opiniones, posturas, posverdad de lo que se es. Es decir, que la sociedad define lo que somos vivas y muertas… De allí que la aseveración marca quienes somos. Una mujer que va más allá de sexo puede ser vista en un momento como una sumisa ama de casa o una guerrera divorciada, una loca que sólo llora o una insensible porque no quiere hijos. Una madre buena, pues, no sale de su casa, o es una mala madre porque trabaja, o es una mujer que decide romper el ciclo de violencia, pero la atacan. Estas maneras de ver, sin duda, estigmatizan a la mujeres y la invisibilizan, incluso más allá de la muerte.
La forma como los estereotipos definen quienes somos y hacemos, trastocan y transforman las relaciones sociales, favoreciendo la performatividad de la comunicación que reproducen los roles y estereotipos que históricamente se han ido construyendo y que siguen colocando a la mujer en situaciones de desigualdad, pues los estereotipos no son más que representaciones y creencias donde damos atributos a las mujeres y a los hombres.
Tal realidad, que nos arropa aún en pleno siglo XXI, genera que, pese a las conquistas logradas, la sociedad se niegue al cambio en la manera de ser vistas y tratadas, que por -demás es de destacar- las mujeres seguimos en ese estereotipado de forma negativa, donde los prejuicios conllevan que seamos objetos de juicios valorativos sesgados, donde la esencia de la mujer se pierde y naturaliza la violencia.
Quiero insistir en un llamado para unirnos frente a la perpetuación de estereotipos, que se traduce en una violencia que sigue latente de manera silenciosa, pero letal, donde el hombre sigue siendo favorecido de una forma distorsionada mediante sesgos cognoscentes, que nos dicen cómo percibir la realidad, producto de la construcción social del género, que conlleva -incluso- a imponer el aspecto físico, de personalidad, conductas, roles y ocupaciones de las mujeres.
Y nos envolvemos en una continua forma de discriminación al evaluar lo que somos fundadas en patrones y criterios machistas, que manifiestan la distribución desigual de poder, donde la mujer sigue siendo la débil, pues ser fuerte puede ser mal visto para la sociedad, con miedo a ser empoderadas y trabajar fuera del hogar, en razón que se nos dice que no criamos bien a nuestros hijos y, de manera clandestina, la lucha se vea mermada ante lo que quiera la sociedad machita. Y que nada responde a lo que en nuestro interior cada una quiere ser, lo que es no tener marcas ni estigmas, ser mujeres, que las víctimas de un femicidio – feminicidio sean respetadas y se castigue al agresor y no se culpabilice a la mujer y, menos, a su familia. Que se les permita llorar a nuestras mujeres, pues si la defensa en vida cuesta, ya otro plano duele el doble y nadie presta atención.