LWYR

José Ignacio Núñez

Por José Ignacio Nuñez Leiva

Abogado, Pontificia Universidad Católica de Chile. Especialista en Constitucionalismo y Garantísmo, U. de Castilla La Mancha – España. Magíster en Derecho Público P. U Católica de Chile. Doctorando en Derecho, U. de Castilla La Mancha. Profesor y Director de Post Grado en la Facultad de Derecho de la Universidad Andrés Bello. Coordinador del Círculo Académico Nuevas Perspectivas en Derecho Público. Autor de numerosas publicaciones científicas en las áreas de Derecho Público, Derechos Fundamentales y Teoría del Derecho. Director del Área de Litigios de Novarum Abogados y Consultores.

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Aunque la cinematográfica fantasía colectiva del prototipo de abogado y la lúgubre representación del profesor de Derecho sugieran una conexión necesaria de aquellos con el silencio o la música “solemne”, la verdad es que los abogad@s escuchamos música como cualquier mortal.

Compramos CDs, bajamos canciones en mp3 y vemos videos en Youtube. Y en el metro, al caminar, o en la oficina, nos sentimos acompañados, interpretados o inspirados con algunos acordes y melodías. Bailamos en las fiestas, desde el vals en una boda, hasta la más típica cumbia o reggaetón en año nuevo, aunque no necesariamente con talento.

Por eso, en esta oportunidad me atrevo a comentar para LWYR el último disco de Muse. Uno de mis grupos favoritos y principal habitante de la memoria de mi “Smartphone” (que como todo teléfono inteligente, lo es más que su dueño).

Muse, como muchas bandas británicas, puede resultar tan irrelevante para algunos, como imprescindible para otros. Y es que el trío compuesto por  Matthew Bellamy,  Dominic Howard y  Christopher Wolstenholme, tiene un importante grupo de fanáticos – algo fundamentalistas – que hayan sus piezas sagradas en los discos Origin of Symmetry (2001) y The Resistance (2009).

En 2012, específicamente el 2 de octubre, el grupo lanzó The 2cond Law, su sexto álbum de estudio. El nombre se debe a la Segunda Ley de la Termodinámica, que en una de sus numerosas formulaciones alude a que “nada se crea o destruye, sino que todo se transforma”. Y parece ser que ese rótulo hace justicia con el contenido del disco, porque este mantiene en algunos pasajes lo que origina y mantiene mi gusto por ellos: esa esencia épica, anti conspirativa, republicana y galáctica de sus canciones emblemáticas, como: Bliss (una de mis favoritas), Plug in Baby, Time Is Running Out, Apocalypse Please, Supermassive Black Hole, Starligth (definitivamente mi predilecta), Knigts of Cydonia, Resistance o Undiscloses Desires. Pero muestra también algunas diferencias con su tracklist fundamental – en una natural transformación – donde por momentos se viste y premune de trajes y estilos ajenos.

Abre el disco Supremacy, canción que rememora la inclinación por los himnos que padecen  Bellamy y sus compañeros. Con sonidos que entremezclan cuerdas al estilo de una ornamentación sonora de James Bond, con vocalizaciones pausadas – casi recitadas – que de pronto se convierten ritmos neuróticos, cubiertos por el falsete enfervorizado de Bellamy. Su letra denuncia conspiraciones opresoras y pregona que el tiempo las derrocará. Interesante comienzo.

La secunda, Madness, una obsesiva y electro-pop declaración de amor. Bipolar al estilo Prince: “Come to me, just in a dream, come on and rescue me”. Pegajosa y elocuente. Luego, camaleónicamente, Panic Station invita a ponerse de pie y bailar un mix funk de Bowie, Queen e Inxs, mientras llama a desatar las fantasías más salvajes para liberarse: “Stand up and deliver, your wildest fantasy. Do what the fuck you want to, there’s no one to repeat”.

Survival, precedida de Prelude, es – tal vez – el componente más ajeno y prescindible del disco. Para quienes han sonorizado películas tan dispares como El turista (con Starligth) y un par de la saga Crepúsculo (Supermassive Black Hole y Resistance) no resulta extraño protagonizar el soundtrack de los Juegos Olímpicos. Pero, el producto aportado es proporcional a la función para la que sirve. Pegajosa, 100% pop, pero tan trascendente como otras de su especie. (Aunque no se puede dejar de reconocer que es de esas canciones que suben la adrenalina y concientizan antes de una audiencia, alegato, examen o ponencia).

Follow Me, la sexta canción, suda electrónica y revela la influencia de U2 y Bono en Bellamy & Company. Su letra, que podría ser interpretada una romántica declaración de amor, está en realidad dedicada al hijo de Bellamy. Buen regalo y excéntrica canción de cuna. Prosigue el listado de temas con Animals, donde el Muse esencial reaparece en todo su esplendor al recuperar su habitual crítica a la codicia capitalista. Pop y burgesa, es cierto, pero ¿quién dijo que el inconformismo es monopolio del charango y el morral de lana?

La siguiente, Explorers, es delicada y liviana, pero algo monótona. Pero muestra que, en la pluma de un buen compositor, lo que se transforma y cambia no se pierde. Las metáforas de su letra ecologista hacen recordar la fijación de Muse por las fantasías intergalácticas. Algo parecido ocurre con Big Freeze, que viene a continuación. Save Me y Liquid State, décima y undécima canciones, tienen una particularidad. Fueron compuestas y son interpretadas por Chris Wolstenholme, bajista del grupo. En ellas se refiere a sus problemas con el alcohol.

Finalmente, como en más de algún disco anterior, el cierre viene con un par de temas relacionados entre sí. The 2nd Law: Unsustainable y The 2nd Law: Isolated System. En ellos las alusiones a la segunda ley de la termodinámica son evidentes, pero inteligentemente usadas. Primero para decir que una economía basada en el crecimiento infinito es insostenible, todo a través de una melodía electrónico-apocalíptica. Y luego, en un ritmo que emula al corolario moral de una película de ciencia ficción, para convencer de que en los sistemas aislados la entropía solo puede aumentar. ¿Se habrá imaginado esto la escuela económica de Chicago?

No es el mejor disco de Muse, pero igualmente es recomendable.

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