Salud mental y Liam Payne

Por Lucía Prada.

Abogada por la Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina. Titular del estudio jurídico “Prada” en Mar del Plata. Posgrado en Jurisprudencia Multifuero de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Trabajó como patrocinante letrada en defensa de los derechos de personas con problemas de adicciones y salud mental.


La trágica muerte de Liam Payne a sus cortos 31 años el pasado 16 de octubre, cuando cayó desde el balcón de CasaSur Palermo Hotel, en Buenos Aires, abre de nuevo un contrapunto entre el éxito y la salud mental. La banda musical One Direction llegó repentinamente a la cima en el concurso televisivo Factor X, manteniéndose en actividad desde el año 2010 hasta 2016. Post separación la vida cambió bruscamente para Payne, quien no logró conquistar la industria musical como solista.

Si bien el informe preliminar de la autopsia determinó que la muerte de Payne se debió a múltiples lesiones graves y a una “hemorragia interna y externa”, a raíz de su caída desde un tercer piso, el informe toxicológico develó consumo de drogas que causaron un desequilibrio emocional mortal. Nada que sorprenda, porque de hecho el mismo Payne habló abiertamente sobre su lucha contra las adicciones y la salud mental.

En una entrevista con Men’s Health Australia en 2019 contó que recurrió al alcohol para gestionar internamente el éxito masivo de One Direction, reconociendo que la mayoría de las veces tenía que fingir una actitud alegre arriba del escenario, pero que la mayoría de las veces se encontraba borracho. Posteriormente, en 2021, en otra entrevista para el podcast The Diary of a CEO, manifestó que había tenido pensamientos suicidas durante su paso por la banda y que su autoconocimiento llegaba a tal punto de saberse con depresión, pero también con la suficiente habilidad para no ser detectado por el entorno.

La responsabilidad abrumadora de un ex integrante de una boy band, sumado a la presión para adaptarse y seguir produciendo evidentemente no dio margen para invertir en sí mismo desde el aspecto psíquico, de manera de poder sobrellevar su vida sin tocar extremos ni recurrir a efectos aparentemente placenteros que lo indujeron a conductas autodestructivas. Y acá se reflota un mantra que repiten los que vivieron en primera persona o muy de cerca el infierno de las adicciones, afirmando que sólo existen tres lugares donde terminar: la cárcel, el hospital o el cementerio.