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Marcelo Brunet

Por Marcelo Brunet Bruce

Abogado y licenciado en Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor de los ramos de Teoría Constitucional y Derecho Constitucional, los cuales ha impartido en la Pontificia Universida Católica de Chile, y en las Universidades Andrés Bello, Adolfo Ibañez y de las Américas. Es autor de “Manual de Derecho Político, Sociedad y Estado” y de variadas publicaciones científicas en el ámbito del derecho público. Es experto en derecho electoral, y actualmente se desempeña como abogado de Renovación Nacional.

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No siempre se puede escribir sobre derecho o política. A veces los columnistas –solo a veces– nos merecemos comentar sobre nuestros gustos. Uno de ellos, que quiero compartir en esta ocasión, me acompaña desde varios años: The Cure.

Escribir sobre ellos se me tornó una necesidad desde que supe que se presentarían en Chile. Sin duda fue un regalo estar en el Estadio Nacional esa noche en que Robert Smith y los suyos nos interpretaron 42 temas. Lo primero que se puede decir es que Smith canta como hace tres décadas. Mantiene intacta la tesitura y el registro, y a su vez los músicos suenan como nunca: Gallup, sólido como siempre en las bases rítmicas; Cooper, exacto como un cronómetro; O’Donnell sobrio y preciso; y Gabrels, ex guitarrista de David Bowie, una gran adquisición en guitarra.

The Cure es una banda de aquellas que no suelen darse con frecuencia. No es usual que se mantengan sin disolverse durante 36 años, que todavía llenen estadios y que hayan vendido cerca de 27 millones de discos, pese a que –como dice Smith– “nosotros vendemos bastantes discos (y) nuestra compañía discográfica no tiene muy claro por qué se venden”. Algo ha de tener. Aquí viene mi subjetiva explicación de qué es lo que es ese “algo”.

Lo primero que llama la atención de ellos es que son un grupo contracorriente. No es pop ni tampoco es propiamente rock; no es exactamente dark ni tampoco califican en lo que hoy se denomina música gótica: son más bien sus padrinos o, peor, los abuelos de los góticos. El propio Smith señala ser “la banda pop que los góticos se permiten escuchar”. Tampoco es punk, pese a que en sus comienzos temas como “Killing an Arab” y “10:15 at Saturday Night” insinúan una cierta orientación en tal sentido.

Su estilo es único y variado. Pueden navegan libremente entre el synthpop y el new wave, pasando desde el darkwave más denso hasta llegar al sonido más optimista y light, y en la pista siguiente desarrollar sicodelia pura, mezclada con sonidos post-punk e, incluso, electrónica y de ambientes. Tal vez eso explica su nombre: de alguna manera pretendían, ya desde sus orígenes, ser una “cura” frente a los excesos y luces de los Rod Steward, los A-Ha y tantas bandas pop de aquellos años que deslumbraban con un falso brillo.

Lo atractivo de The Cure es su opacidad paradójicamente brillante. Es imposible no escuchar una canción de ellos y no reconocerlos. Eso es lo que uno puede denominar “estilo propio”, no como tantos que se repiten y autoplagian todo el tiempo. No, Smith y los Cure han desarrollado un producto único, inimitable –muchos lo han intentado– y auténtico, que se adapta a los tiempos y evoluciona; que se ha transformado en una especie de bitácora de vida de su autor y que quienes los seguimos hace años la sentimos como propia. Como dice el propio Smith: “Yo toco música de The Cure, sea lo que sea que esto signifique».

A lo largo de 13 extraordinarios álbumes de estudio y varias otras piezas adicionales, el grupo ha plasmado un propio e inconfundible estilo. La banda ha pasado la mayor parte de su carrera creando y explorando en los extraños lugares donde los mundos de la música popular y lo alternativo entran en conflicto. Han desarrollado un abanico de sonidos y estilos únicos y característicos. En dicho proceso han creado un patrimonio de genial música contemporánea.

Una muestra de ella, de 1989, una de mis favoritas: “Pictures of You”. ¿Puede haber algo más sentido que «There was nothing in the world/ That I ever wanted more/ Than to feel you deep in my heart/ There was nothing in the world/ That I ever wanted more/ Than to never feel the breaking apart all my pictures of you». La voz de Smith, melancólica y desgarradoramente emotiva, afirma desde el dolor de la pérdida en Cold, de 1982, «Everything as cold as life/ Can no one save you? / Everything as cold as silence / And you never say a word”.

¿Demasiada melancolía? Posiblemente, pero todos tenemos derecho a nuestro cuarto de hora: poder asumir dicho lado oscuro, sin embriagarse con él ni renegarlo, es señal de madurez. El propio Smith asume la vida en dicho sentido: “no puedes mostrar tu lado melancólico cuando enfrentas a un abogado”, dice razonablemente. No nos resultará difícil entender aquello a nosotros…

Saber siempre dónde uno está parado es una virtud que se refleja en los detalles: Smith, por ejemplo, dice que “cada título de Seventeen Seconds es una pequeña historia de Kafka. Pero entonces nosotros no éramos nadie, así que no pensé que nadie se molestara en demandarnos”. De más está decir que no se caracterizan por abusar de las entrevistas, pero las usan como elemento de merchandising. Y las asumen como parte del producto ofrecido a sus fans.

Esa autenticidad es el sello de los Cure. La que lleva a Smith a afirmar que “me molesta ver a gente ya muy vieja haciendo música contemporánea. Todavía no alcancé ese estadio de persona vieja en el escenario. Cuando no me pueda parar y cantar por 3 horas, entonces es probablemente la hora de sentarme y comenzar a hacer música para películas.” Ojalá falten varios años -y álbumes- para eso. Y ojalá que antes que llegue ese día, se repita el concierto de más de tres horas que miles disfrutamos en Chile.

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