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“Parsifal” de Richard Wagner. Inicio de la temporada de ópera 2013

Daniel Soto

Por Daniel Soto Muñoz.

Abogado, especializado en políticas públicas de seguridad y derechos humanos. Profesor de la Academia de Ciencias Policiales y de la Escuela de Carabineros. Coautor, junto a Moira Nakousi, del libro “Cine y criminalidad organizada. Una mirada multidisciplinaria” (Cuarto Propio, 2012).

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En el mes de mayo el Teatro Municipal de Santiago inició su temporada lírica con “Parsifal” del Richard Wagner. Con esta puesta en escena se conmemoran los 200 años del natalicio del compositor alemán.

“Parsifal” (1882) es la última obra compuesta por Wagner y la tercera del ciclo que recrea pasajes de la leyenda del Rey Arturo, junto a “Lohengrin” (1850) y “Tristán e Isolda” (1865). El argumento está inspirado en el “Parzival” de Wolfram von Eschenbach (1205-1210), texto que finaliza la historia inacabada “Perceval ou le Conte du Graal” del escritor francés Chrétien de Troyes (1181-1191).

En el argumento wagneriano, el reino de Monsalvat se encuentra abatido por la derrota que le infligió años atrás el rey Klingsor. Éste logró arrebatar la lanza sagrada a Amfortas, y con ella le propinó una herida que lo dejó postrado. Parsifal es un joven ingenuo, honesto y valeroso que, siguiendo los pasos de Gurnemanz, conoce las virtudes del Grial y decide enfrentar a Klingsor para devolver así la salud al rey tullido y restituir el esplendor de la tierra yerma. Tras superar diversas pruebas que ponían en duda su voluntad, y que incluyen la seducción de Kundry, Parsifal derrota a Klingsor, sana a Amfortas y se convierte en el nuevo rey de los caballeros del Grial.

En cuanto obra de arte escénica, “Parsifal” admite las más variadas interpretaciones. La más ortodoxa de ellas está asentada en comentarios del mismo Wagner, quien afirmó que el argumento estaba basado en la idea del pecado original y de la salvación cristiana. De esta manera, cada personaje tendría un valor simbólico. Parsifal encarnaría la compasión por el sufrimiento ajeno. Ésta conmiseración sería capaz de derrotar tanto a las fuerzas de la naturaleza (Kundry) como la falta de voluntad (Klingsor), redimiendo así el dolor y el sufrimiento (Amfortas). Con todo, aunque en “Parsifal” se da la paradoja que Wagner emplea simbolismos paganos para destacar el misticismo cristiano, el contenido religioso de la obra ha incomodado a una parte del público, tal como ocurrió con Nietzsche, quien terminó distanciándose de su viejo amigo por esta causa.

La conducción musical del domingo 19 de mayo estuvo a cargo de Gabor Ötvös, quien imprimió un vibrante sello de solemnidad a la ejecución de la Orquesta Filarmónica de Santiago, especialmente en pasajes como el “Preludio”. El vestuario de Aníbal Lápiz, la dirección de escena, escenografías, la iluminación y un envolvente sistema de proyecciones de telones implementados por Roberto Oswald, se complementaron a la perfección con las voces y la orquesta, generando una verdadera experiencia protagónica en el público. Fue particularmente conmovedor el cambio escénico del primer acto en que Parsifal y Gurnemanz caminan desde el bosque al templo del Grial. La dirección escénica hizo que los personajes parecieran caminar en el aire, y la transformación del decorado generó aires oníricos que facilitaron la idea musical de una transformación espiritual: “zum Raum wird hier die Zeit”, “aquí el tiempo se convierte en espacio” (Gurnemanz).

El papel de Parsifal fue interpretado, de forma discreta, por el tenor búlgaro Zvetan Michailov. El importante rol de Gurnemanz estuvo a cargo del bajo ruso Dimitri Ivashenko, probablemente la mejor figura del elenco junto a Michaela Martens, mezzosoprano estadounidense, de voz clara y amplio volumen, que arribó el mismo día desde Nueva York para encarnar a Kundry ante las dificultades de la titular (Susan Maclean). El barítono estadounidense Gregg Baker interpretó vocalmente de forma correcta a Amfortas pero su dirección escénica no convenció pues, lesionado como se encontraba, deliró gran parte de sus pasajes circulando por el escenario ignorando sus dolencias (¿efectos del bálsamo de Kundry?). El bajo holandés Harry Peeters interpretó con severo dramatismo al malvado Klingsor, aunque lo hizo ataviado con vestimentas que más lo asemejaban a Mefistófeles que al rey hechicero. Los papeles interpretados por cantantes nacionales fueron sobresalientes, especialmente las niñas flores. El coro de Jorge Klastornick, sin lugar a dudas y como siempre, ocupa un lugar prominente. Distinción aparte merece Claudia Trujillo, la directora del coro de niños del colegio “The Grange School”, en una de sus representaciones más difíciles y mejor logradas.

Después de 14 años de ausencia, la reposición de “Parsifal” de Richard Wagner constituye un nuevo acierto del Director General del Teatro Municipal, Andrés Rodríguez. La puesta en escena de una obra compleja, y que en total se extiende por cinco trabajadas horas, resultó un éxito total, consiguiendo la ovación de un público que en general es bastante mezquino con los aplausos.

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