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Memorias de un abogado rockero

Por Rodrigo Orlandi ArrateRodrigo Orlandi

Abogado U. Diego Portales y Magíster en Derecho de los Negocios de la U. Adolfo Ibáñez.

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Comienzo por contar que desde los 18 años toco guitarra eléctrica y que durante toda mi juventud toqué en bandas de rock, básicamente “covers” de otras bandas que nos gustaban (Alice in Chains, Red Hot Chilli Peppers, Led Zeppelin, etc.). Siempre lo tomé como un gran hobby y pasaba tardes enteras ensayando con mis amigos de banda. La verdad me apasionaba mucho (y aún) la música, específicamente el rock.

Con el pasar de los años, y después de salir de la carrera y ponerme a trabajar en un estudio donde trabajaba muchas horas al día, el hobby empezó a profesionalizarse cada vez más. Al contrario de lo que podría pensarse, aunque tenía poco tiempo para tocar, con mis amigos nos tomábamos cada vez más en serio la música y la banda se transformaba en algo más importante que nosotros mismos. Arrendábamos salas de ensayo, con horarios “post pega”, y los sábados en la mañana a las 10 am era sagrado estar en la sala ensayando.

Prácticamente todo mi “exiguo” presupuesto de abogado recién salido de la universidad se iba en mi pasión (guitarras, amplificadores, efectos, arriendo de salas). Pero era algo que crecía y crecía, y no tenía ninguna intención de pararlo.

El vocalista/bajista y líder del grupo, un amigo de aquéllos, pronto demostró una aptitud compositora fuera de serie. Sé que viene de cerca la opinión, pero francamente para mi él tenía una capacidad creadora y un gusto exquisito en la música que nos hizo crecer mucho. Pensaba yo que no existía en Chile una banda como nosotros. En otras palabras: me creía el cuento.

Pronto comenzamos a hacernos relativamente conocidos en el circuito “under” y tocamos en muchos lugares “top”: sala SCD, House of Rock, la Batuta, Ex Discotheque OZ, Bar Siete; “teloneamos” a los conocidos MOX!, quienes siempre nos invitaban a sus tocatas.

¿Anécdotas? ¡Muchas! Recuerdo las miradas de la gente en el metro cuando yo, muy de corbata y maletín, en la otra mano llevaba mi guitarra para ensayar y una mochila con mis efectos, y lo mismo, pero al revés, al llegar al más rockero de los bares, el “Clandestino”, vestido de abogado, todos mirando con cara “¿y qué hace éste aquí?”.

Al mismo tiempo, tuvimos varios prejuicios en nuestra contra: “son una banda de punk con equipos caros y que tocan de Plaza Italia para arriba”, “simples” etc., pero bueno, eso era normal, y al menos se hablaba de nosotros.

Grabamos cinco canciones, las que plasmamos en un disco del que sacamos algo más de 100 copias, en uno de los mejores estudios de Chile: Tarkus, del gran Juan Ricardo Weiler. ¡Los regalamos todos! Lo único que queríamos era difundirnos y era la única manera. Hoy con las redes sociales, quizás, hubiera sido distinta nuestra “masificación”.

En fin, todo crecía y crecía. Yo la verdad disfrutaba mucho, incluso mis jefes de la época fueron a vernos tocar un par de veces al bar Siete y House of Rock. Uno de ellos me comentó luego que, al leer en mi currículum que una de mis pasiones era la guitarra eléctrica, eso le llamó mucho la atención y que una de las causas de mi contratación en ese estudio fue precisamente esa “choreza”.

Yo ya hablaba en ese entonces que tenía dos pegas: abogado y músico. La primera la estudié, la segunda a pulso, sin saber leer música, pero a pura pasión aprendía. Lo que más disfrutaba, por lejos, era tocar en vivo. Era una experiencia difícil de superar, los nervios previos (yo era el histérico del grupo, repasando todo antes, preguntando si se acordaban que en el coro de tal canción había que hacer un quiebre de batería y después entra la guitarra con todo, etc.). La gran adrenalina de estar arriba y hacer rugir nuestra pasión, dar vuelta el corazón y mostrárselo al público, el “head banging”, en fin.

Fueron tiempos maravillosos para mí, pero también de mucha incertidumbre. Llegué a pensar en dejar la carrera y dedicarme 100% a la música. Me preguntaba si en ese entonces le dedicaba el poco tiempo libre que me quedaba, ¿cómo sería si le dedicara la jornada completa? ¡Sería increíble! Fantaseábamos con mis amigos imaginándonos en giras, tocando en grandes escenarios, haciendo discos, viajando.

Llegó el amor y las certezas, mi cable a tierra fue mi mujer, a quien conocí… ¡en La Batuta! Ella me apoyó muchísimo en todo, me acompañaba a las tocatas, nos ayudaba en el traslado de los equipos en su camioneta, etc. Pero dejar la carrera por la música digamos que… no fue tan “apoyado”.

Hoy miro hacia atrás esa época y fue increíble todo lo vivido. Aprendí mucho sobre los prejuicios y, por otro lado, todo lo que pasé, creé y disfruté es un patrimonio de vida para dejarle a mis hijos, y eso que viví es mi banda: Refuse.