Por Ingrid Benninghoff Prados.
Abogada. Meditation.law. Mindfulness para el mundo legal.
Hace 5 meses cerraba el email de despedida que escribí a los miembros la firma de abogados con la que trabajé desde 2009, con una invitación a ser amables siempre. Si tuviera que volver sobre ese email en ésta, la Semana del Bienestar en Derecho (3 al 7 de mayo), aclararía que para poder ser amables necesitamos comenzar por ser amables con nosotros mismos/as.
Esto no es algo que no me hayan leído decir a LWYR antes, pero hoy quisiera enfatizar que no podemos quedarnos en un concepto abstracto, mental, de la amabilidad hacia uno mismo y hacia los demás. Se trata de ser capaces de estar presentes con el cuerpo –y con el corazón– para nosotros y, luego, para los demás.
Por eso quise salir al paso a las discusiones sobre la falta de empatía de la que muchas veces se acusa a los abogados/as y escribir unas líneas sobre lo que para mí es un estadio superior, la compasión. La compasión (compassion en inglés) es una de las virtudes que la teoría base del mindfulness o atención plena invita a cultivar. Compassion no tiene ninguna concepción religiosa y no debe ser confundida con sentir pesar, pena u ofrecer misericordia.
La compasión es la actitud que me permite conectar con la insatisfacción o sufrimiento mío y el del otro. Algunas veces se confunde la empatía con la compasión, pero presentan diferencias. A diferencia de la empatía, que sugiere “ponerse en los zapatos del otro”, la compasión tiene un componente adicional de acción, que es querer aliviar ese sufrimiento. Reconoces el dolor en ti y en los otros, y se genera la motivación a ayudar. Quizás la imagen más apropiada sería “caminar a su lado”.
Si bien ser más empáticos y, especialmente, ejercitar la escucha empática es un pendiente para muchísimos abogados y abogadas, lo cierto es que la empatía puede contribuir menos al bienestar que lo que hace la compasión. Veamos cómo.
Un estudio conducido por Departamento de Neurociencia Social, Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y Cerebrales (Alemania), el Centro Suizo de Ciencias Afectivas, Universidad de Ginebra, (Suiza), el Laboratorio de Investigación de Sistemas Sociales y Neurales, Departamento de Economía, Universidad de Zúrich (Suiza) y el Instituto Mente y Vida, Hadley (EE.UU.) reveló que la empatía y la compasión recaen en diferentes sistemas biológicos y redes neuronales.
La compasión se basa en extender sentimientos de cuidado, mientras que la empatía se basa en resonar con el sufrimiento. Los participantes del estudio fueron sometidos a un entrenamiento en empatía y, posteriormente, a uno en compasión, registrando permanentemente medidas de resonancia magnética funcional, mientras eran sometidos a videos con imágenes de sufrimiento de otros.
Los resultados revelaron que la práctica de empatía podía conducir a estados de colapso (burnout), mientras que la compasión podía contribuir a fomentar la resiliencia.
El estudio en mención pudo comprobar que empatizar con el sufrimiento de los demás podría asociarse con estados negativos, angustia y activaciones en las redes cerebrales que desempeñan un papel crucial en la empatía por el dolor. Por el contrario, la compasión estaría acompañada de sentimientos positivos de calidez y preocupación por el otro y de un aumento de las activaciones en las redes cerebrales relacionadas con la recompensa y la afiliación.
Mindfulness y compasión
Ya dejando de lado los ensayos clínicos y los entrenamientos específicos, no es menos cierto que si no nos ocupamos en desarrollar al menos respuestas empáticas en una primera instancia, no será posible cultivar la compasión.
A lo que tenemos que prestarle atención es a no identificarnos con el dolor del otro. De lo que se trata –y esto es realmente lo importante– es de tener la capacidad de sostener el dolor del otro, darle espacio, reconociendo que ese dolor no nos pertenece, a la vez que nos vemos motivados a actuar. Eso impedirá que terminemos abrumados por las emociones y que prefiramos apagar el acceso a nuestros sentimientos, desconectarnos del cuerpo, actuar únicamente modo intelectual-racional y evitar la conexión con los demás.
El mindfulness es una técnica secular de introspección, reflexión y autoconocimiento, que nos permite lidiar mejor con situaciones desafiantes por el sólo hecho de ayudarnos a estar y permanecer con esas situaciones. Aprendemos a observar la mente y entender cómo ésta reacciona frente la incomodidad, el dolor, la dificultad. En estados de agitación es muy probable que no respondamos de manera hábil ni que podamos servir a los demás. Es gracias al mindfulness que podemos estar presente para el otro/la otra, que es el mejor y más honesto servicio que podemos hacer por alguien.
Pero tampoco llegaremos muy lejos en nuestro relacionamiento con los otros si no empezamos trabajando la autocompasión (que no es culpabilizar y victimizarse). Me es difícil pensar en un contexto más propicio que la pandemia del COVID-19 para preguntarnos con mucha autocompasión por qué tememos suavizarnos; abrir esa puerta que hemos clausurado para no vernos afectados por los problemas de los demás, indagar sin juicios de dónde viene ese temor a no ser percibidos como abogados/as fuertes o implacables y descubrir qué nos falta para tomar la decisión de enfrentar en completa amabilidad y atención plena nuestras propias historias.