
Por Álvaro Uribe Badilla.
Abogado. Asesor Corporativo.
Con la entrada en vigencia de la Ley Karin, pareciera que se ha instalado en el aire una sensación de que cada cosa que se diga o haga en el trabajo, podría ser considerado acoso y, aunque parezca divertido, es un tema que he tenido la oportunidad de escuchar, incluso en el gimnasio donde entreno o en las empresas que asesoro.
Sin embargo, no me sorprende que en una actitud reactiva del legislador se deba normar aquellas conductas que parecieran obvias en entornos donde el profesionalismo y las capacidades técnicas son el vértice principal del desarrollo de un ambiente laboral. No es ajeno tampoco que la instalación de nuevos derechos sean elementos protagónicos a la hora de calificar un ambiente laboral y que, de cara a esas circunstancias y frente a la trágica consecuencia que tuvo la investigación sumaria en la que participó Karin Salgado (llamada Ley Karin en su homenaje), es lo que hoy mantiene a empresas “de cabeza” adecuando reglamentos internos, ejecutando foros de capacitación y estableciendo protocolos de prevención de conductas y procedimientos de investigación, sin siquiera imaginar el caos a que se verán enfrentadas las Direcciones del Trabajo, dependientes de la Administración del Estado.
Chile, nuestra larga y angosta faja de tierra no solo contribuye al desarrollo de políticas en materias de recursos naturales, sino que a la luz de la legislación internacional del trabajo, ha querido implementar una normativa que tal como su nombre lo indica, establece normas para la prevención, investigación y sanción del acoso laboral, sexual o de violencia en el trabajo.
Como abogado, asesor de empresas y miembro de comités corporativos, me resulta increíble tener que someternos a una adecuación de la legislación que al parecer, en principio, lo que busca es recordar los deberes del comportamiento social entre personas. Algunas, rasgan vestiduras frente a la modificación de que ya no será necesario la reiteración de conductas incívicas, como señaló la SUCESO, para que una conducta sea calificada como acoso, y por lo tanto bastaría, solo una vez, para sancionar a una persona como acosador. Otros, se rigidizan al tener que aceptar que implementar en su lenguaje la perspectiva de género, es un principio de no discriminación y no me refiero a pronombres asociados al “él”, “ella” o “elle”, sino que lo fundamental aquí, es tener conciencia de que, frente al desarrollo de una misma actividad ejecutada por hombres y mujeres, ambos somos iguales, con las mismas capacidades. No existe un “genero más débil” y menos, una diferencia en la retribución.
Resulta curioso tener que normar aquellos comportamientos que debieran ser de aquellos que traemos desde casa, pero a contra cara resulta aún más complejo abordar los nuevos comportamientos a propósito de la entrada en vigencia de la ley: “Perfecto, no hablaré más con nadie”, “solo les mandaré un correo al día pidiéndole lo que necesito”, “con suerte saludaré a los que vea en el camino” y así, un montón… ¡Pero no se trata de eso! Se trata de que debemos ser cordiales: no es el fondo, es la forma; no es qué pido, sino cómo lo pido; no es si me acerco a saludar, es cómo hago ese saludo; no es que no le escriba a alguien del trabajo para decirle buenos días, es la intención que tengo tras ese saludo.
La ley no busca despersonalizar las relaciones en el trabajo, lo que busca es crear ambientes más seguros, para todos, jefaturas y personas trabajadoras. Garantizar un ambiente laboral seguro y libre de violencia no solo es un imperativo ético y legal, sino también una inversión crucial en la salud y el bienestar de las personas, así como en la sostenibilidad y el éxito de las organizaciones. Un entorno donde se respete la dignidad y la integridad de cada individuo fomenta la productividad, mejora el clima organizacional y fortalece el compromiso de todas las personas. Adoptar medidas proactivas para prevenir y abordar cualquier forma de violencia laboral no es solo una responsabilidad legal, sino un reflejo del verdadero liderazgo y de los valores fundamentales de cualquier empresa. Solo a través de un compromiso sincero con la seguridad y el respeto mutuo se puede construir un lugar de trabajo donde todos se sientan valorados y puedan alcanzar su máximo potencial.