La nueva normalidad: Conclusiones tras dos años haciendo clases en pandemia

Por Hernán Cortez López.

Profesor de Derecho Civil en la Universidad Diego Portales.

Ha pasado un largo tiempo desde que comenzaron las clases en línea. Durante este periodo, un grupo no menor de abogados hemos comenzado a trabajar como docentes en estas condiciones “excepcionales”, en las cuales la grabación, transmisión y edición de material audiovisual se han convertido en habilidades básicas de ingreso a la carrera académica. En efecto, a medida que aprendemos las virtudes de las herramientas de educación online, vemos que estas han llegado para quedarse, incluso si se levantan las restricciones. Por lo anterior, me gustaría compartir algunas de las conclusiones a las que he llegado sobre dos temas particulares: i) La participación de los estudiantes en clases a distancia; y, ii) La forma de evaluar.

En relación con la primera, la participación de los estudiantes, la conclusión es el resultado de la aplicación de un axioma conocido: el medio es el mensaje. La forma en que comuniquemos la información es tan relevante como el mensaje en sí mismo.

¿Por qué esto es importante? Podría pensarse que el cambio a un aula virtual en nada altera la interacción de los estudiantes con el profesor al mantenerse la misma estructura (un orador, múltiples participantes). Sin embargo, el orador ahora debe competir con las distracciones que ofrece un computador con acceso a internet, y las propias de hogar. Además, la posibilidad de participación de los estudiantes también se ve entorpecida, por cuestiones tan sutiles como deber interactuar con una aplicación para pedir la palabra, o necesitar un micrófono que permita entender lo que dicen. Esfuerzo adicional (económico e intelectual) que desincentiva la participación y, como consecuencia, la asistencia.

Si se lo piensa de esta manera, la situación de los alumnos se asemeja a la atención que prestamos a un comercial en la radio mientras manejamos. El profesor es una voz en off que captará el interés de los escuchas en la medida que el mensaje sea presentado diferenciándose de la atención que exige el camino que se recorre (o a la red social que se navega). No es casualidad que recordemos mejor aquellos anuncios que aprovechan las virtudes del medio, con un jingle o juego de palabras, que aquellos que presentan un mensaje monótono. El primero capta nuestra atención, mientras que el segundo compite por ella con las distracciones básicas del medio.

Con ello no quiero decir que los profesores debamos aprender a tocar un instrumento ni nada por el estilo, pero si puede ser positivo incorporar elementos que mejoren la retención de los estudiantes. Una medida ligeramente compleja pero muy efectiva es contar con una mejor calidad de audio y video para las transmisiones. Otra, tanto más complicada, es preparar material audiovisual o incluso interactivo, como cuestionarios en tiempo real durante la clase, videos, esquemas, etc.

Asimismo, planificar clases de manera tal que su principal objetivo sea favorecer la participación es una gran forma de incentivar la asistencia a clases, al ser una actividad que no se puede lograr con solo revisar una grabación o un apunte. Por ejemplo, en lugar de solo preguntar si concurren los requisitos de una institución, se puede invitar a los estudiantes para que ellos propongan lo que tendría que haber ocurrido para que esta fuera aplicable. La clase se invierte, en algún sentido, en cuanto los son los alumnos los que proponen un caso, mientras que la labor de profesor será (y en esto me veo inevitablemente influenciado por The Art of Learning de Josh Waitzkin) un alimentador de su intuición, buscando proveer de los elementos que permitan que el estudiante plantee una postura adecuadamente justificada, en lugar de una solución absoluta. Después de todo, en nuestra profesión la argumentación es nuestra principal habilidad.

En relación con la segunda cuestión, las evaluaciones, mi reflexión no se limita a la modalidad online, no obstante que esta refuerza la necesidad de encontrar métodos más efectivos de comprobar si los estudiantes han retenidos los conocimientos y habilidades básicas del curso, que permitan conservar cierto grado de desafío y mantener el interés de los estudiantes aun cuando no cuenten con un supervisor acompañándolos físicamente.

La cuestión es que las evaluaciones pareciesen favorecer un pensamiento conflictivo y estrictamente judicial de los alumnos, como si lo único que hiciera un abogado fuera presentar demandas ante un tribunal X cuando se presente el supuesto Z, sin detenerse en la posibilidad de comunicación anterior o posterior con la contraparte.

Enunciados tales como “asuma que es juez y resuelva” o “su cliente le pregunta si lo dicho por la contraparte es correcto” son, sin duda, importantes para el pensamiento crítico del ejercicio de la profesión, pero a su vez sugieren un escenario absoluto en que solo una de las partes tiene razón, y que la única solución será alegar ante tribunales. En cambio, escasas son las situaciones en las que se pide la opinión de los estudiantes para evitar el conflicto o, cuando menos, su judicialización, estudiando los puntos comunes que es posible alcanzar en un caso concreto.

Puede compararse esta aproximación (una vez más sirviéndome de lo señalado en el libro mencionado) al caso del estudiante de ajedrez que solo aprende a prepararse para las jugadas más famosas que tienen lugar al final de la partida, destinadas a dejar en jaque al oponente. Se le enseña una meta clara (la tutela del interés que representa), y el medio de alcanzarlo (un juicio con una postura que deja “en jaque” al oponente), pero nada se le enseña de los “primeros turnos” o la etapa previa al conflicto si se quiere, dejando desprovisto de herramientas al jugador para aquellos casos en que la jugada maestra que aprendió no sea la única o la mejor opción.

Por ejemplo, es posible explicar un tema desde las virtudes de la negociación y adecuada redacción de contratos y como estas, gracias al ojo crítico de la experiencia del abogado, permiten evitar discusiones que podrían presentarse a futuro. Así, una evaluación podría consistir en proveer a los alumnos de los intereses de dos partes, y que estos redacten el contrato que mejor se aproxime a la posición que se les ha pedido asumir, pudiendo otros compañeros criticar o complementar. Por supuesto, ello no quiere decir que no deban estar preparados para iniciar acciones ante tribunales, pero un método de evaluación integral en el sentido que se plantea ayudaría a educar abogados no solo preparados para un juicio sino también para evitarlo cuando sea posible. Considero que estas ideas serán de importancia incluso si se levantan las restricciones sanitarias. En efecto, aun cuando volvamos a la presencialidad, la “normalidad” a la que regresaremos será muy distinta a la que recordamos. Tanto estudiantes como profesores contaremos con nuevas herramientas, habilidades y hábitos adquiridos durante este periodo que debemos aprovechar para sacar el máximo provecho del tiempo de clases, que nunca pareciera ser suficiente para comunicar todo lo que queremos contar sobre esta intrigante y desafiante rama del conocimiento.