
Por María Alejandra Mancebo.
Feminista y cofundadora de Cata Jurídica con Tacones. Consultora en el área penal Destilerías Unidas (Empresa Trasnacional). Asesora externa de la Universidad Yacambú. Docente universitaria con 25 años en la Administración de Justicia. Conferencista Nacional e Internacional. Articulista. (Venezuela).
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Por David Terán Guerra.
Abogado litigante. Docente universitario. Conferencista nacional e internacional. Articulista. (Venezuela).
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La expresión de nuestra realidad se representa conceptualmente con ideas, estas se construyen con palabras cuyo significado tienen un efecto indiscutible en como percibimos nuestro entorno, a nosotros mismos o incluso pueden ser expresión y causa negativa de violencia, que en algunos casos es sistematizada en contra de la mujer como expresión de odio o dominación, que se agrava cuando la mujer no tiene nada que ofrecer, lo que agrava su vulnerabilidad y empodera al agresor que hoy en el siglo XXI, ha trascendido más allá del género masculino.
Esta temática asociada al lenguaje y sus efectos en el mundo real, desde el año 1962, han sido tratadas por el maestro J.L. Austin destacando que la performatividad se da cuando en un acto del habla o de comunicación no solo se usa la palabra, sino que ésta implica forzosamente la expresión de una acción. Tal afirmación permitió que dos colegas entre cafés conversáramos sobre el impacto que una palabra o la conjunción de dos palabras pueda transformarse en ideas “realizativas” o constructos con significados de acción la misoginia aporofóbica.
Cuando una mujer no tiene nada que ofrecer en una sociedad de consumo, de inmediato pensamos en la agravada vulnerabilidad que debido al género y la pobreza se expone un ser humano. Con todo lo anterior, la simple racionalización perfomativa de la aporofobia crea en el mundo real una realización de discriminación, porque la idea que genera crea una verdadera emoción de oportunidad ventajosa para la violación de los derechos al más débil y en especial de la mujer vulnerable económicamente.
La palabra «performativo» tiene como significado que «por el mismo hecho de ser nombrada se convierte en acción». El filósofo del lenguaje J.L. Austin definía las palabras performativas como «realizativas», en su obra póstuma «Como hacer cosas con palabras», lo define textualmente como «el acto de expresar la oración es realizar una acción, o parte de ella, acción que a su vez no sería normalmente descrita como consistente en decir algo”. También se entiende como «performativo» la acción de «transformar».[1]
Es que la acción de la palabra aporofobia, o rechazo a los pobres, es la expresión de sesgos cognitivos negativos generadores de prejuicio social, político y económico, que asociados al significado se convierten en generadores de discriminación y castigo a las mujeres que, se encuentran en situación de pobreza. Si a ello le agregamos la conciencia colectiva de la era Transmoderna, donde la humanidad está sobrecargada de diversas fobias peyorativas hacia los vulnerables, sin duda alguna las mujeres en esta situación son objetivos y víctimas de violencia de forma insaciable por sociedades predominantemente machistas con cultura patriarcal que se sirven de palabras para violentarlas, estigmatizarlas por su condición para invisibilizarlas. De igual forma, hoy la aversión trasciende los límites del género sobre todo cuando la causa en la pobreza, la victima puede ser cualquiera, y particularmente en esta sociedad de consumo, el agresor puede ser de cualquier género.
Acorde a lo narrado, consideramos oportuno hacer saber al lector que en el año 2017 fue cuando la Real Academia de la Lengua Española acuñó el término aporofobia. Este aporte a la humanidad es de la catedrática y filósofa Adela Cortina, la cual identifica en letras la necesidad de concederle un nombre a la emoción de rechazo hacia los individuos en situación de pobreza. Desde entonces hizo visible este sentir voluntario o no, de exclusión hacia los pobres o diferentes por razones económicas. Y nos referimos a las mujeres en esa condición pues sufren además de violencia, la estigmatización y victimización
La humanidad siempre ha intentado poner rejas a las fronteras (Franja de Gaza, la Muralla China, Melilla-España, o el borde fronterizo USA-MX, entre otros), igualmente se criminaliza a los pobres porque no tienen nada que ofrecer a la sociedad. Son razones económicas las que hacen más vulnerable al individuo, como el caso de las mujeres migrantes que salen de su país buscando un sobrevivir, una mejor forma de vida. Esa decisión que pensaron era una oportunidad en muchas ocasiones se convierte en una pesadilla cuando por razones de misoginia aporofóbica, quien tiene algo de ventaja se aprovecha de mujeres solas o con sus hijos.
La violencia, a consecuencia de la misoginia aporofóbica, se realiza por la expresión de la idea que se convierte en acción y oportunidad, lo que expone a la mujer por su condición de género a no ser contratadas, discriminadas, abusadas o menospreciadas, solo otorgándole acceso en el sistema económica a trabajos para lo cual no están preparadas, a ser señaladas, a vejarse e inclusive a prostituirse para vencer esa pobreza de la que huían, y es ahí cuando una simple palabra con efecto de acción genera que sean objeto de las viles humillaciones llegando, incluso, a ser forzadas a ser esclavas.
En las últimas dos décadas, la inmigración venezolana ha sido amada y odiada, en los últimos cinco años desde el 2016, los venezolanos, mujeres, niños afectados por la crisis económica, han decidido abandonar su país Venezuela de cualquier forma y por cualquier vía, ahora sin dinero. Esto ha ocasionado una vulnerabilidad extrema por la misoginia aporofóbica.
Del mismo modo podemos afirmar que en toda Latinoamérica, la tragedia es de dimensiones épicas, ante el rechazo de los inmigrantes y en especial de la mujer pobre, en los países de acogida, donde por su extrema vulnerabilidad las asilan, abusan, deportan, las mujeres son violentadas sexualmente, lesionadas, cosificadas y las hacen invisibles, solo porque son pobres.
La situación extrema permite darle acción a la palabra pobreza, la cual no es vivida de igual manera para el hombre como para la mujer, la cual -sin temor a decirlo- coincidimos hace más vulnerable a la mujer a ser víctima de violencia de diversos tipos, expuestas a sobrevivir abandonadas, muchas castigadas con hijos, excluidas por ser mujer solo porque no tienen recursos económicos que ofrecer a cambio en la sociedad del consumo.
En efecto, menos preciar, castigar o criminalizar a un ser humanos a consecuencia de la performatividad de la misoginia aporofóbica es una desventura que afecta a la mujer y se agrava ante su vulnerabilidad económica. Es el momento, así como dos colegas reflexionamos sobre el tema, de visibilizar, actuar y destacar especialmente lo perjudicial de los sesgos inducidos por el desprecio a los pobres, a la mujer y fomentar políticas públicas para el control de la criminalidad de género que afecta a las mujeres y especialmente a las pobres.
Ser pobre no es un delito, ser inmigrante no las hace delincuentes, ser mujer no autoriza a ninguna persona con independencia del género a discriminar o abusar de ella debido a sus capacidades económicas. No tener dinero no las convierte en cosas, no autoriza la esclavitud sexual, ni la prostitución forzada. Son mujeres y deben ser respetadas. En consecuencia, el poder del Estado debe garantizar a través de políticas públicas la inclusión y protección de la mujer frente a la misoginia aporofóbica. Es el momento de actuar…
[1] Rozas, S. (2016) Lenguaje y performatividad. Psicol. Conoc. Soc. vol.6 no.2 Montevideo.