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Estrategia y azar: juegos como la vida misma

Daniel_Bartlett_PQNPor Daniel Bartlett Burguera.

Abogado especializado en Derecho Administrativo. Licenciado en Derecho por la Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona (España). Máster en Derecho Urbanístico, Inmobiliario, de la Edificación y Construcción por IDEC-UPF. Diplomado en Derecho Administrativo por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha trabajado en despachos de abogados, empresas y para la Administración pública española. Actualmente trabaja como investigador y coordinador de diplomados en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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Felipe tenía pensada toda su estrategia desde el principio de la partida: “me dedicaré a jugar este tipo de cartas que me darán puntos, y así tendré más posibilidades de ganar”. El azaroso lanzamiento de los dados por parte de su amigo Juan en la jugada siguiente, unido a la circunstancia de haber estado jugando en base a una estrategia distinta a la de Felipe, hizo derrumbar las pretensiones ganadoras de éste.

En los últimos años han aparecido en el mercado multitud de juegos de mesa que, lejos de dejar la victoria en manos de la suerte como acontece en el Juego de la Oca, combinan inteligentemente varios factores durante el desarrollo del juego: estrategia, astucia, atrevimiento, agilidad mental y, cómo no, también azar.

Estos juegos, los cuales adoptan variadas y atractivas estéticas (medievales, futuristas, contemporáneas, etc.) y tratan diversas temáticas (construcción de ciudades, librar batallas, u otro tipo de temas totalmente distintos a los anteriores) gozan de una muy saludable popularidad en muchos países y, desde hace poco tiempo, también en Chile. Con ánimo de evitar cualquier tipo de reclamo publicitario no mencionaré juego, empresa o negocio alguno, sino que me refiero a la generalidad –y genialidad- de todos ellos.

La oportunidad de juntarse alrededor de una mesa con unos amigos en un día lluvioso y jugar a estos juegos no sólo supone una buena ocasión para socializar y pasarlo bien, sino también para estimular el cerebro y la imaginación. Y es que la mecánica de estos juegos –aparte de los mundos de fantasía a los que evocan- obedece a unas reglas que recuerdan a la vida misma: eliges jugar tal o cual personaje, juegas una determinada habilidad, ejecutas una acción concreta, siempre en el contexto de una estrategia general encaminada a un resultado, o particular, dentro de tu turno.

Obviamente, en el juego al que jugamos, al igual que en la vida, no todo es cuestión de planificación y habilidad: la suerte también puede estar a nuestro favor o en nuestra contra, destino que nos obliga a replantearnos la jugada o a adoptar una nueva estrategia para conseguir un resultado similar; tarea que no es fácil. Además, en la mayoría de juegos, si bien no suele generalmente ser una actitud deseable, o si quiere decirse “cómoda”, nos obligará a ser un poco maquiavélicos con tal de ganar la partida, siempre dentro de la reglas –robando a un jugador, eliminando sus posibilidades de consolidarse, etc.-, lo que, salvando las distancias, también es reflejo de que en la vida, a veces deben tomarse decisiones drásticas y que, a lo mejor, poco tienen que ver con nuestra forma de pensar o de ver el mundo; todo para ponerlo al servicio de la victoria.

La diversión está asegurada: algunos juegos admiten la posibilidad de incorporar expansiones, reglas adicionales, inclusive cabe la opción de establecer costumbres frente a lo no regulado por el juego (y aquí la imaginación de los que nos dedicamos al Derecho, fluye de forma significante…), y otro atractivo es que están pensados para que ninguna partida sea igual a las anteriores.

Como decía, resulta altamente recomendable (y adictivo) el jugar a estos juegos para hacernos pensar, reflexionar (y disfrutar). Además, muchos estudios apuntan a que esta actividad no solamente es útil para pasar buenos momentos y propiciar el ejercicio mental, sino que también ayuda a mejorar la concentración, la capacidad de reacción, el ingenio, etc. Todo ello se desarrolla en el marco de un entorno ameno, sociable y/o familiar, sin necesidad de gastar dinero ni tiempo, buscando actividades que a veces tampoco acaban de satisfacernos y que a menudo las acabamos haciendo “porque sí”.

En fin, ojalá nunca seamos lo suficientemente mayores como para dejar de jugar a estos juegos tan estimulantes e interesantes, aprovechando estas instancias para compartir buenos momentos con amigos o familia, lejos del individualismo al que tendemos y, de paso, observar con atención lo que acontece en cada jugada para aprender de las situaciones y de las otras personas.