El poder del conocimiento (y de compartirlo)

Por Daniel Bartlett Burguera.

Abogado especializado en Derecho Administrativo. Licenciado en Derecho por la Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona (España). Máster en Derecho Urbanístico, Inmobiliario, de la Edificación y Construcción por IDEC-UPF. Diplomado en Derecho Administrativo por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha trabajado en despachos de abogados, empresas y para la Administración pública española. Actualmente trabaja como investigador y coordinador de diplomados en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

[divider]

Knowledge is power. Information is liberating. Education is the premise of progress, in every society, in every family (frase atribuida a Koffi Annan, ex. Secretario general de la ONU)

Desde, como mínimo los tiempos presocráticos, el conocimiento ha sido estudiado a través de las más variadas formas y por distintos autores de todas las épocas históricas. Pareciera que siempre ha sido visto como un elemento de valor, que otorga al poseedor y retenedor de conocimientos y experiencias cualidades para afrontar los desafíos y conflictos que se le presenten.

Como ya es sabido, la posibilidad de extender de manera más amplia el conocimiento tuvo lugar a mediados del s. XV, cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta moderna –con anterioridad a ello, se operaba por medio de la manuscripción, y mucho antes, con métodos más rudimentarios-. Pero, dando un salto en el tiempo, no fue hasta la década de los años 90 cuando se produjo la verdadera revolución de la información y el conocimiento: la era de Internet.

El diseño, producción y comercialización de las máquinas computacionales hacia finales de los años 70, no fue sino la base de lo que casi veinte años después vendría a suponer el gigantesco paso que efectuaría la humanidad hacia un mundo interconectado a través de redes invisibles, donde la información viaja de un lado para el otro a una velocidad trepidante, nutriendo a la sociedad de conocimientos y experiencias.

Con el paso de los años, gracias al ensanche de la información en la red y también a las nuevas técnicas y métodos de transmitirla, los usuarios, con sólo un tipeo y un clic, tienen acceso a un sinfín de datos y documentos. Sin perjuicio de considerar la distinta calidad y veracidad de la información contenida en los sitios web, algo que al ojo crítico nunca debe escapársele; no hay duda sobre el potencial que supone tener al alcance esta recopilación de conocimientos.

La recepción de información por los usuarios –sea a través de newsletters, o bien de extractos de noticias sobre la economía, las ciencias naturales y sociales, la tecnología, la cultura; reportajes de distinta índole, documentales, etc.– constituye una oportunidad DE ORO para absorber conocimientos, analizar la información, nutrirse de experiencias ajenas y, sobretodo APRENDER: tras la atenta lectura y análisis de todo aquello que uno lee, crea una nueva oportunidad en el futuro de poder dar respuestas más acertadas, explicar experiencias que sean aplicables a un caso concreto, desarrollar nuevas formas de pensar y encontrar soluciones oportunas a problemas que se presenten. O mejor aún: el relato de ciertas experiencias o el detalle de determinados datos, puestos al servicio de una persona creativa, pueden ayudar a inspirar ideas indirectas relacionadas con aquéllos que permitan solventar situaciones que a lo mejor nada tengan que ver. Imaginación al poder.

Algo parecido pasa con la visualización de películas o con las obras teatrales: normalmente giran alrededor de un relato, con unos personajes dotados de unas características muy concretas, que conviven en el desarrollo de variadas experiencias basadas o no en historias previas,  las cuales en un momento dado no sólo nos hacen reflexionar y pensar, sino que también pueden servirnos de ejemplo ante situaciones que podamos vivir. El cine y el teatro, como partes de la cultura, también son fuentes de incalculable valor reflexivo.

El truco está en tener una mente abierta a la absorción de cualquier fuente de información: aunque no pertenezca a nuestro campo habitual de conocimiento e interés personal o profesional. Siempre, eso sí, mostrando una actitud crítica e investigadora sobre la procedencia de la fuente y su fiabilidad (por ejemplo, saber si una determinada información pudiera ser un bulo con pretensiones mediáticas). La formación educativa de las personas es una importante base que permite un mejor desarrollo, pero, sin la lectura y la observación directa o indirecta de información, manifestada a través de los más diversos medios y soportes más su posterior análisis y asimilación, es posible que el potencial que pudiera desarrollar una persona a lo largo de su vida no logre manifestarse como debiera.

Para acabar, al igual que nos interesa nuestro desarrollo personal, lo óptimo sería compartir las fuentes de información con los demás, remitiéndoles aquellos datos y documentos que pudieran serles de utilidad y beneficio. Que la información y el conocimiento fluya. Una sociedad mejor formada e informada redunda en el bienestar colectivo y permite el avance social que todos anhelamos en nuestras vidas.