
Por María Esperanza Schorr Donoso.
Abogada in-house con más de 7 años de experiencia en gerencias legales de grandes empresas multinacionales. CEO de Nomad Capital Invest. Abogada UC, LLM UC3M y MBA UPM.
En el ejercicio de la abogacía, la mayoría de las veces solamente nos enfocamos en la interpretación y aplicación de normas para proteger derechos o dirimir conflictos. Sin embargo, existe un ámbito en el que el Derecho se instituye como puente hacia un cambio de vida profundo: El Derecho migratorio. Más allá de un mero conjunto de procedimientos y requisitos, las leyes que regulan la movilidad internacional constituyen un vehículo que permite a las personas reinventarse en un nuevo entorno, con oportunidades que trascienden lo meramente profesional.
Para muchos, emigrar no es una decisión tomada a la ligera. Detrás de cada solicitud de visa, de cada pasaporte sellado y de cada nacionalidad adquirida, se esconden razones íntimas que anhelan un cambio radical.
Aunque desde fuera pueda parecer que uno lo tiene todo, muchas veces surgen impulsos internos que incitan a partir, al menos en forma temporal. Podría tratarse de un espíritu aventurero, la búsqueda de experiencias únicas, el tedio frente a la rutina o la curiosidad por conocer otras realidades. A veces son las ganas de escapar de cierta sensación de segregación, de estudiar algo nuevo, de trabajar con mayor libertad o, simplemente, de sumergirse en culturas distintas. Sea cual sea la motivación, todas estas fuerzas convergen en la búsqueda de un lugar diverso para crecer y evolucionar.
En este contexto, ejercer el Derecho migratorio conlleva una dimensión humanizadora que no siempre se aprecia en otras ramas. Para un abogado, representar a alguien que está a punto de iniciar una vida nueva en otro país es acompañarlo en un trance que mezcla ilusión, temor y expectativa. Es todo un desafío. Cada trámite exitoso se traduce en un giro vital que impacta no sólo al migrante, sino también a su familia, su antiguo y nuevo entorno y, en última instancia, a la sociedad de acogida. El Derecho, entonces, se convierte en un pasaporte –literal y metafóricamente– hacia la transformación personal y colectiva.
Este rol de “facilitador de sueños” se amplía cuando actuamos bajo el alero de plataformas jurídicas que han hecho de la movilidad internacional su razón de ser. Desde equipos especializados en normativa migratoria hasta servicios integrales que agilizan cada trámite, profesionales y organizaciones —como yo, que trabajo día a día a través de Nomad Capital Invest— facilitan la movilidad de talento y promueven el intercambio cultural. Quienes ejercemos la abogacía en este ámbito no sólo proporcionamos conocimiento técnico, sino que tejemos puentes a través de los cuales miles de personas encuentran en Europa, y particularmente en España, una puerta de entrada a nuevas vidas.
La fuerza transformadora de emigrar radica precisamente en la posibilidad de replantearse quién se quiere ser, dónde se desea vivir y cómo aportar al lugar elegido. Para quienes nos aventuramos a trabajar en movilidad internacional, o para quienes se apoyan en estas soluciones legales, el horizonte se ensancha de manera exponencial. En última instancia, detrás de cada caso exitoso yace la convicción de que el Derecho puede y debe servir como una fuerza motora que impulse la libertad y el crecimiento, abriendo al migrante las puertas de un territorio que, a su vez, se enriquece con cada nueva historia de vida.