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De las reformas socialdemócratas de Salvador Allende al neoliberalismo contemporáneo en Chile

Por Francisco Javier Rodríguez.

Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de México. Abogado postulante. Presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales de Coparmex Metropolitano. Comunicador y columnista para varios medios escritos en México.

Cuando en 1970 el candidato Salvador Allende ganó la presidencia chilena al frente de la Unidad Nacional, el ambiente político en América Latina sufrió los embates de las transformaciones políticas de la región, incluyendo a Chile.

En vista del antecedente cubano de 1959 y la ruptura del régimen de la Habana con Estados Unidos, la expansión de la ideología y los regímenes comunistas en América Latina, el arribo de Allende al poder era un nuevo frente que era necesario cuidar para mantener la estabilidad política de la región.

Si tomamos en cuenta que las principales acciones del presidente Allende cambiaron radicalmente el modelo económico de Chile, sobre todo las nacionalizaciones de las principales fuentes de ingreso del país, advertimos que el progreso y el desarrollo de un pueblo -por ese motivo- puede ser contrario a la perpetuación de un estado de cosas que ahí está, que permanece sin mutaciones, ajeno a la realidad de la sociedad donde echa raíces. Este contraste provocó la caída de un gobierno que, sin adherirse abiertamente a la ideología roja en boga en los setenta, intentó lo que el pueblo chileno esperaba, pero el resultado no llegó.

El cambio abrupto de poder en 1973, efecto del golpe de Estado auspiciado desde el norte del continente, eliminó retroactivamente la intentona de Allende para conseguir el progreso de nuestro pueblo amigo. Una vez más, el país y su desarrollo se vieron rezagados ante la instauración del nuevo gobierno que también prometió el mismo crecimiento que su antecesor. Chile esperaba de nuevo.

No obstante las reformas de Allende, recordemos que Chile padecía de una hiperinflación cuyos límites no se habían registrado en la época. En este punto, el nuevo gobierno introdujo una profunda reforma económica diametralmente contraria a la reforma de gobierno anterior: se redujo el gasto público, se reiniciaron las privatizaciones, se devaluó el peso chileno para favorecer las exportaciones, entre otros aspectos. De hecho, la bonanza económica de finales de los setenta y los años ochenta del siglo pasado -se dice- fue una de las mejores épocas de Chile.

No todo era perfecto. El gobierno de Pinochet devino en un régimen poco tolerante a la disidencia, la crítica y a todo aquello que fuera contrario al oficialismo. Los excesos y las violaciones sistemáticas del gobierno de Pinochet han sido documentadas de muchas maneras. Se habla de más de dos mil desaparecidos de principios de los setenta hasta 1990, cuando concluyó ese gobierno.

Es en este punto donde encontramos el escaño que aún ocupa el desarrollo de Chile. En el 2023, con ligeras variaciones, el sistema económico de Pinochet sigue vigente, incluyendo la Carta Magna que se juró durante el gobierno de Chile de 1974 a 1990. Detrás de este periodo, solo encontramos las reformas inacabadas de Allende. Hablamos de que en poco más de cincuenta años, nuestro pueblo amigo no ha transitado, ni mudado de modelo económico.

Aquí una prueba de la vigencia de este escaño. En lo que va de este 2023, poco más del 30% de los chilenos opina que el gobierno de Pinochet fue uno de los mejores del país, que las épocas de bonanza económica no se han repetido desde ese tiempo, y que el modelo que aún persiste, debe seguir en el país.

La otra cara de la moneda. En el 2019 el aumento de algunos impuestos en Chile fue el motivo de marchas y protestas en prácticamente todo el país, que fueron controladas (acalladas) por medio del uso de la fuerza pública. Pero el hecho dejó ver al mundo las grietas y los errores de una política económica cuyos resultados no han sido los mejores para Chile. Estas protestas se repitieron en el 2020 cuando los efectos de la pandemia del bichito 19 minaban la salud y la estabilidad del mundo en general, y de América Latina en particular. Hace tres años nos dimos cuenta de los cambios y las acciones inmediatas que fueron necesarias para mantener a flote la economía de Chile.

Aquí el contexto actual de Chile, un país sudamericano que logró su independencia en el siglo XIX, y que desde entonces ha logrado mantenerse como una nación estable, una economía sólida, una democracia equilibrada y un buen nivel de desarrollo social. Los altibajos aquí narrados precisan de una profunda reforma en materia económica y que concluya con la creación de un nuevo sistema, que se aparte de los errores, las experiencias y las posturas ideológicas del pasado. Nuestro país amigo debe recuperar sus tiempos de prosperidad económica y social sin comprometerse con ningún modelo en desuso, o que implique el sacrificio de la identidad o la integridad de su pueblo. El progreso de un pueblo requiere de una perspectiva integral de desarrollo, que genere estabilidad y prosperidad para todos en general, al margen de beneficios o privilegios en particular.