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Por Jaime Bassa Mercado

Abogado de la P. Univarsidad Católica de Chile. Magíster en Derecho Universidad de Chile y Doctor Universidad de Barcelona.
Es profesor de Derecho Constitucional de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, tanto en el pregrado como en los programas de Magíster y Doctorado; además, es Presidente del Departamento de Derecho Público y Coordinador Académico de la Editorial Edeval. Imparte docencia en las Universidades Adolfo Ibáñez y Viña del Mar.

Ha publicado diversos artículos académicos relativos a derechos fundamentales, interpretación y teoría constitucional; actualmente, es investigador responsable de un proyecto financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondecyt).

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La película nos propone un desafío, al contactarnos fríamente con nuestra propia animalidad: sexo practicado en el hogar familiar, un asesinato contra la cuneta, una violación de pares en la cárcel, otro asesinato, esta vez en un baño público. Nos enrostra, desde el principio, cuán animales podemos llegar a ser y cómo esa dimensión podría ser controlada por las personas… o bien, ser entregada a la irracionalidad.

Esta irracionalidad se nutre de la ignorancia respecto del otro. Genera temor, recelo y, finalmente, rechazo, antes que por el otro en sí mismo, por la ignorancia que recae sobre su figura. La reflexión, la duda, el cuestionamiento, nos ayudan a alejarnos de esa animalidad, haciendo propio lo que antes se desconoce, reconociéndonos a nosotros mismos en la alteridad, respetándola sin temor. Ello nos permite vernos a nosotros mismos y a los demás en tanto personas titulares de derechos fundamentales, donde la diversidad tras la alteridad no constituye un obstáculo, sino precisamente, la fuente de aquello que el Derecho protege, nuestra igual dignidad como individuos miembros de una comunidad.

Desde las posiciones de certeza que nos da nuestra vida y nuestra rutina, a veces olvidamos que lo que somos y donde estamos se debe a una serie de factores o una sucesión de acontecimientos principalmente conducidos por el azar. Dónde hemos nacido, quiénes y cómo son nuestros padres y abuelos, a quiénes conocemos, etc., influyen en todas nuestras opciones de vida. Se trata de una serie de accidentes que definen nuestra individualidad y nos diferencian del resto; accidentes que podrían darnos seguridad respecto de nuestra identidad, o que al buscarla, nos separarán del resto, del otro. Pero no son más que accidentes respecto de los cuales casi no tenemos mucho mérito… y, sin embargo, sirven de refugio o trinchera a muchos que olvidan lo realmente importante: que al final somos todos iguales.

En ese camino de búsqueda de la identidad personal, los discursos que heredamos de quienes nos han criado son fundamentales, pero no pueden ser determinantes. La verdadera libertad en la configuración individual se logra gracias al cuestionamiento crítico de nuestro entorno, a partir del cual el contexto cultural en el que nos desarrollamos será un insumo para que podamos aportar a esa cultura, y no un condicionamiento que solo la reproduzca. La adolescencia tiene un sentido muy importante en la construcción de la individualidad y de la consciencia de pertenencia a una determinada comunidad. Nuestro protagonista, Derek, nos muestra cómo la aceptación acrítica de los discursos culturales de autoridad, nos puede llevar a la negación de nuestra propia personalidad al negar la individualidad del otro, solo porque es otro diferente. Y salir de esa dominación cultural es difícil, a veces traumático. El ejercicio del pensamiento crítico no es fácil. Cuestionar la autoridad, sin miedo a represalias o a lo desconocido, es un duro desafío. Derek comprendió cuán vacío era su discurso de odio (aquel que heredó de su padre), una vez que fue violado por sus pares y que su amistad con quien antes habría rechazado lo mantuvo a salvo en la cárcel. No era su discurso, no lo había hecho propio; pero cuando pudo ser realmente suyo, ya no le hizo ningún sentido y lo rechazó.

Derek lo comprende en dos simples diálogos cargados de simbolismo. Primero, almorzando con su familia un domingo cualquiera, conversa con su padre:

– Padre: “You have to question everything”.
– Derek: “Yeah… maybe”.
– Padre: “Not maybe. It’s nigger bullshit”.

Pero luego, cuando Derek le cuenta a su hermano que fue violado en la cárcel, le dice:
– Danny: “I’m sorry”.
– Derek: “I’m not… I’m lucky”.

La película nos llama a cuestionarnos los patrones culturales que hemos heredado, a revisarlos críticamente, ya sea para rechazarlos o no, pero al menos para hacerlos propios, pero con buenas razones que superen el mero argumento de autoridad. Irreflexivamente, adoptamos una serie de discursos heredados que nos diferencian permanentemente del resto: un equipo de fútbol, una religión, un partido político… Ello forma parte de la construcción de la personalidad, pero no debemos atrincherarnos en ellos al punto de perder de vista nuestra pertenencia a una comunidad de iguales. Las buenas razones nos permitirán mantener nuestras creencias, incluso reforzarlas, pero sin el temor hacia lo otro que genera la ignorancia de uno mismo. Tomar conciencia de la importancia de los accidentes vitales y de la reflexión en la configuración de nuestra individualidad, refuerza el sentido de pertenencia a una comunidad de iguales; generalmente, permite diluir los discursos que se construyen desde el odio, desde el temor a lo desconocido, precisamente por carecer de contenidos razonables y por negar tanto la individualidad como la pertenencia a una comunidad.

Qué estamos dispuestos a cuestionar. Por qué trazamos límites al descubrimiento del mundo por la razón, por el cuestionamiento crítico. Cuán dispuestos estamos a reflexionar y a aprender a mirar al otro como un igual. Danny sentencia en su ensayo final que “It’s hard to look back and see the truth about the people we love”.

Se trata de una película vieja, de 1998, pero cuya temática es vigente en el Chile de hoy. Lamentablemente. Estamos en un momento histórico de revisión profunda de varias de las bases de nuestra convivencia democrática. La demanda por una nueva Constitución lleva varios años y hoy ha alcanzado un momento particularmente álgido; el actual  movimiento estudiantil (que ha sido el primero en vencer una barrera que aparecía como infranqueable en el pasado: las vacaciones de verano), no presenta demandas gremiales, sino que propone la construcción de una sociedad diferente, más justa; y lo propio respecto del actual estado de reivindicación de los derechos de las minorías sexuales y de género. El presente nos desafía a utilizar nuestras mejores herramientas en la construcción de una sociedad más justa; quizá si comenzamos comprendiendo que formamos parte de una comunidad de iguales, podremos llegar a buen puerto.

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