Por Eduardo Hidalgo Báez.

Abogado por la Universidad de Carabobo, Venezuela.

Dedicatoria:

Al Dr. Guido Sabatino.-

-No hay distancia-

En tiempos de pandemia, me tomé como reto literario, saber quién era ese tal antipoeta llamado Nicanor Parra. Pues bien, me enfrenté a un poeta; que produjo en mí las más reiteradas risas por ésa, su prosa prosaica –así le decía él– que te va envolviendo en ese mundo yuxtapuesto a lo real, y yo lo asumo no como un canto a lo cotidiano, sino tratase de una prosa con un sentido centrípeto que ilustra y empapa el alma de sortilegios o de cosas inesperadas.

En unos de sus tantos poemas, denominado “la víbora” trasciende –TAOISMO– a la inmortalidad, nos intimida y lleva de una narrativa metamórfica al relato corto, con una gran capacidad histriónica, que detiene nuestra atención como aquel “Eterno Retorno” Nicheneano; de una ingeniosa picaresca, –nos recuerda tanto a Moliere– porque ver u oír a Nicanor es como el Sancho al lado de su Caballero Campante.

En mis años, y hoy aquí en Chile como migrante, confieso que su genialidad y talento me hizo confrontar con insistencia su lenguaje y lo asimilo como armónico y agradable, ¡que nos atrapa para llegar con facilidad a la carcajada! La antipoesía es la conformación de un ápice piramidal y que en su propia alegoría al declamar sus versos, evoca lo lúdico de un pasado, que para él no lo posesiona sino que lo rebota al presente arraigado –desde sus pies a su cabeza –eternamente– retaliativo–contestatario, como de estar en la escena por su incomparable estilo, su prosa popular o ingenua nos propende al análisis súbito y espontáneo de su composición infinita, cónsono al boceto visual del diario acontecer, todo tomado de sus apuntes en su inseparable cuaderno de luchas, como si fuera un apuntador o escribano romano, y que a todo evento fuera como desapercibido por el vulgo, pero que él tomaba como si fuera una ofrenda mística o religiosa.

Ése es el verdadero Antipoeta de lo metafísico, de un humor ingenioso e inspirado por toda vivencia a la medida de su fluir, y del talento en su propuesta artística, sin olvidar para nada su cálculo o fórmula física burlesca del sabio, en su descubrimiento epistemológico de la palabra. Por eso su mímesis formal al declamar con gran elocuencia sus propios versos, impacta, conmueve y –insisto– nos somete sin querer.

Cuando cumplió sus ochenta años, un periodista le hizo una pregunta: Que, ¿cuál era la música que le gustaba? La cual respondió al tiro; “Por ahora la Gregoriana”, subsumiendo a su respuesta de manera magistral, lo inseparable de su espíritu clásico…!! Así pues; el Antipoeta va induciendo al lector de lo metafísico a lo satírico o viceversa, quizás como un creyente más del Dios de Spinoza, porque su tendencia filosófica es muy difícil de determinar. Lo que sí estoy seguro es que hoy estará en el Oráculo de los Dioses y por siempre en el alma de los chilenos.