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Pablo_Prüssing_NTRPor Pablo Prüssing Fuchslocher.

Abogado de la P. Universidad Católica de Chile, Magíster en Derecho (L.L.M.) de la Universidad de Heidelberg, Alemania, y Diplomado en Libre Competencia de la Pontifica Universidad Católica de Chile. Actualmente es socio de Drei Consulting, consultora que combina aspectos legales y de análisis de mercados. El foco principal es entregar un apoyo completo en los procesos de compras públicas, incluyendo aspectos legales, plazos, estrategias y análisis histórico de datos y precios.

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En la maratón de Santiago del año 2013 lo había logrado.

En mi sexta maratón, cumplí el sueño que muchos runners tenemos y que no es otro que lograr el tiempo para clasificar a la madre de todas las maratones: Boston. Con 3 horas y 3 minutos y, de acuerdo a mi edad, había alcanzado el tiempo requerido para poder inscribirme en esa maratón. Así que ya podía empezar a hacer planes de viajes e itinerarios para el 2014, donde justamente pretendía correrla. Pero para el 2013 todavía me quedaban algunas carreras: me había inscrito también para la maratón de Lima, y también para Chicago. Una locura pensarán algunos…, pero yo quería cometer esa locura.

Así que con un grupo de amigos del Run Club Chile partimos a Lima y corrimos la maratón, que resultó toda una experiencia, haciendo todos una gran carrera, con buenos tiempos… y obviamente “recuperándonos” como era de esperar después de la carrera, a punta de pisco sours y ceviches.

Pero extrañamente, tanto en Santiago como en Lima, terminé con algunas molestias en la zona lumbar, dolores que yo pensaba eran propios del esfuerzo realizado. Así que partí a hacerme masajes, realizando también un par de visitas al quiropráctico, lo que fue una buena solución, al menos, por un tiempo.

A comienzos de septiembre de ese año, y poco más de un mes antes de la carrera de Chicago, decidimos correr con unos amigos una carrera de 21K, por equipos. Cuando llevaba poco más de 1 Km, sentí un tirón, y me fue imposible seguir corriendo. “Me desgarré”, fue lo primero que pensé, con la natural preocupación de haber decepcionado a mis otros dos compañeros. Pero obviamente también me preocupé de la carrera que se me venía en poco tiempo más, dónde ya tenía todo comprado y/o reservado. El “reventar neumáticos” tan encima no me hacía gracia alguna. Así que lo primero que hice el día lunes siguiente fue conseguir hora con un reumatólogo para ver cuán grave era esta supuesta lesión.

El médico me revisó, sacó una radiografía y nada. No aparecía absolutamente nada. Pero decidió que era recomendable también sacar una resonancia nuclear, pero no de mi pierna (en dónde yo supuestamente creía tener un desgarro), sino de la columna. Bueno, él era el especialista, así que había que hacerle caso. Tenía poco tiempo hasta Chicago y quería saber qué es lo que me impedía correr. Lamentablemente, en la resonancia si apareció un “invitado sorpresa”, el que obviamente no estaba en los cálculos de nadie y que requería ser operado.

¿Qué hacía? Se me venía Chicago… la opinión de los doctores era “es asunto tuyo… No te puedo asegurar nada”. Lo malo es que yo tampoco podía asegurar nada, ya que justamente desde la carrera en que sentí el tirón que no había vuelto a trotar, por lo que en realidad no sabía tampoco si iba a poder hacerlo en EE.UU. Pero, bueno, ya estaba todo listo, así que decidí viajar igual: “por lo menos voy a poder decir que estuve en la largada en Chicago”, pensé. Así que a punta de aspirinas, desinflamatorios y calmantes empecé a trotar suavemente apenas se dio inicio a la maratón de la “ciudad de los vientos”.

Tranquilo, suave, con calma…, ya llevaba 100 metros y no iba mal. 1 km. 2 km. 5 km. Ya había pasado los 13 km, bien, sin mayores problemas ni dolores, sin esforzarme mucho ni obviamente tener metas de tiempo, ya que iba a ser imposible cumplirlas. Pero iba bien y muy animado por la gente que continuamente apoyaba a los corredores. Realmente era toda una experiencia correr mi primer “major”. Y bueno, ya iba por el km 38, en donde incluso me ofrecieron una cerveza, la que acepté gustoso. Total, tenía que premiarme, ya que había superado mis propias expectativas, y no tenía tiempo alguno que cumplir. Y llegué a la meta… 3 horas y 34 minutos, que -sin ser mi mejor tiempo- era bastante razonable, dados mis recientes “problemas”. Lo había cumplido y terminado mi primer “gran” maratón. Bien.

Pero había que volver a la realidad, y cumplir la “orden” de los doctores.

A mediados de diciembre de ese año, ya de vuelta en Chile, tuve que someterme a una operación que duró más de 6 horas y que me dejó una cicatriz que ahora recorre gran parte de mi columna. Venía una larga recuperación y, obviamente, la prohibición absoluta de hacer deporte, y menos trote, por un buen tiempo. Poco más de 6 meses sin trote, para ser exactos.

Pero sabía que iba a volver. Y poco a poco empecé con los ejercicios en el gimnasio y ya a fines de julio del 2014 daba mis primeros pasos en la trotadora.

Ya en septiembre trotaba, lento, pero lo hacía. “No me la va a ganar y voy a estar en abril del próximo año de nuevo en la partida de la maratón”, pensé. Soy cabeza dura. Muy dura.

Así que ahora todo dependía de mí y que la espalda respondiera bien al esfuerzo.

Así, desde mediados de septiembre, empecé a subir el volumen y también la velocidad en el trote. En marzo de 2015 volví al Run Club Chile, lo que resultó un gran apoyo e impulso para llegar en buenas condiciones a la maratón. Iba bien, ya podía mantener un ritmo bajo los 4:30 (minutos) por tiempo prolongado, incluso pensar en 4.20 no era una locura.

Hasta que llegó abril. Ahí estaba, de nuevo, en la partida de la MDS 2015. E internamente sabía que, en una de esas, lo lograba. Y vaya que lo hice: 2 horas y 58 minutos.

Había vuelto.