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Mi relación con los libros se limita a leerlos

Rodrigo Téllez

Por Rodrigo Téllez Lúgaro

Abogado de la Universidad de Chile y aficionado lector. Miembro del taller literario conducido por Francisco Mouat. Ha desempeñado distintos cargos en el poder judicial, en el norte y sur del país. Actualmente trabaja como Juez del Primer Juzgado de Familia de San Miguel.

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Mi relación con los libros se limita a leerlos, por otra parte, prefiero mantener con ellos una distancia emocional más parecida a la que existe entre el hincha y su equipo, que la del comentarista deportivo. No recuerdo por qué llegué a leer “Tombuctú”, en principio, posiblemente por ser un libro corto, lo que en mi opinión ya es un buen criterio de selección. Fue escrito por Paul Auster el año 1999, y es una apuesta que estimo segura para enfermos, amigos de misteriosos gustos literarios, madres no muy alterables, personas en búsquedas existenciales y novios con pretensiones, pero también para sujetos sensibles interesados en la buena literatura norteamericana. Trata sobre un perro y su relación con su amo, Willy G. Christmas. El perro pertenece al conjunto de combinaciones que en Chile llamamos quiltro, y que Auster describe como una “mezcolanza de tensiones genéticas”. Por otro lado, el amo, es un desequilibrado mental, que a ratos escribe poesía y habla a su perro preparándolo para su pronta ausencia, y en otros sufre ataques de ira, con todo, en el balance el hombre se nos revela como una fuente permanente de ramalazos de ternura y humor que sostienen tanto la historia como los avatares del protagonista perruno en la primera parte de la novela.

Con particular simpatía leí los párrafos en que el chiflado es convocado desde la televisión por el mismísimo Santa Claus a ser su emisario en Norteamérica, adoptando desde entonces el apellido de Christmas.

Si se piensa por el título que el perro podría llamarse Tombuctú,- al menos yo lo pensé en un principio- lo aclaro desde ya, el perro no se llama Tombuctú, sino Míster Bones. Tombuctú, es la forma en que su amo designa el lugar donde las personas se van cuando se mueren, o si tienes tanta suerte como Willy G. Christmas, te evaporas lentamente como una gota de agua al sol. Un lugar donde no se admiten animales.

La trama, más que la vida de Míster Bones, es la explicación de por qué Míster Bones busca llegar a Tombuctú y de cómo lo logra o lo intenta (según el tipo de lector que se sea).

Hay en este formato que une a un perro sin linaje y un hombre que revienta en un momento de su juventud, hijo único de una mujer que resiste la vida, que va quedando solo y degradado, una propuesta que mantiene arriba la fe en algunas relaciones y que hace que el libro sea más bien esperanzador. Aun cuando por esa misma cualidad la novela pueda calificarse por alguien como ingenua, cabría preguntarse a quién puede importarle lo que piense ese alguien.

No por lo anterior el desarrollo del relato se construye desde la inocencia, pues la mirada del narrador no oculta nada de las pobrezas de la vida de sus protagonistas, presenta repetidamente instantes de un realismo chocante, que acto seguido es nivelado con las acciones con las que el perro y su amo se rearman luego de ser arrasados por su realidad. En especial Míster Bones. Al final estos choques trazan bocetos de seres jalados por afectos profundos y un temor inmenso a la soledad y el abandono que opera como música de fondo en todo momento.

La personalidad del “quilterrier” es dibujada con colores que en lo personal me parecen inestimables, como la lealtad, la libertad, el cariño, el perdón y la humildad. Míster Bones se describe siempre como un ser bonachón y frágil, el cual es protegido de las penurias por su enfoque mágico de la existencia, pero al final se nos transparenta como un individuo lleno de un arrojo inquebrantable, terminando en las últimas páginas metido en una apuesta insensata que lo mismo puede ser heroísmo que delirio.  Como sea que se interprete la trama, Míster Bones está hecho de materiales nobles que tanto escasean en el universo al cual es lanzado, tal vez por ello pese a su suerte que puedo calificar sin vergüenza de perra, queda sostenido por su construcción interior que se mantiene sólida y creíble hasta el final.

Hay que darle a una chance a Tombuctú. Actualmente hay en librerías una reedición de la editorial Quinteto que reúne las tres B. Se presenta con una encuadernación muy lucida, aún cuando en su interior la letra es un tanto pequeña, en compensación tiene una traducción que cae lo justo y necesario en ese hispanismo que resulta incomprensible en este lado del charco, lo cual ya es harto pedir para los tiempo editoriales que nos corren. Por ello mantiene la fidelidad suficiente con el original para que la buena vibra del perrito contagie, haciendo al lector participe de su ansia de protección y la gratitud permanente hacia su amo al que ha querido y lo ha querido sin razón, actitud que nunca se tiene la pedantería de explicar, pero que al pasar la vista por la última línea se alcanza a entender y admirar.

(¿Qué más se le puede pedir a una narración?)

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