El empobrecimiento femenino tras la separación

Por Yanina Marín.

Abogada y presidenta de la Corporación de Abogadas Líderes.

Es de todo conocimiento que en nuestro país existe un gran número de causas por pensión de alimentos y, en consecuencia de la reciente ley que autorizó la retención del 10% de los padres que no cumplen con su obligación, es que se detectó una alta cifra cercana al 83% de causas de incumplimiento en esta materia y donde el titular eran padres. Por consiguiente, trae como resultado que muchas mujeres deben educar y alimentar a sus hijos solas sin el apoyo del padre, trabajando fuera de sus casas y posteriormente dedicándose al cuidado de su familia.

Si uno analiza el origen de esta problemática debemos pensar que cuando una pareja decide formar una familia, una vida en conjunto o un proyecto en común, se da inicio a un sistema familiar en el cual se acuerdan roles o funciones. En nuestro país, por su cultura patriarcal y el tardío ingreso de la mujer al mundo laboral, es que ella es quien se hace cargo del cuidado de los niños y la administración de la casa. Por otra parte, es el hombre quien realiza el rol de proveedor aportando el dinero para la manutención y administrando de los bienes que han adquirido. Este sistema por años sigue funcionando en las familias y, aunque actualmente las mujeres están entrando al campo laboral y han decidido no tener hijos a temprana edad, sigue siendo la forma mayoritaria de como se organizan.

Sin embargo, esto cambia radicalmente cuando las parejas se separan o se divorcian. Al parecer, los acuerdos o roles se olvidan de forma inmediata, sumando a esto el impacto emocional que acarrea una separación. Es la mujer quien sale más perjudicada, principalmente en el ámbito económico, ya que es ella quien adquiere nuevos roles. No tan solo debe seguir al cuidado personal de los hijos y la administración del hogar, sino que además deberá hacerse cargo del sustento económico.

Si bien la ley dispone que la obligación de alimentos es de ambos padres, en la práctica es una responsabilidad doble para la mujer, ya que no tan solo debe seguir cumpliendo con su rol de madre, sino que además se le debe sumar su entrada a la vida laboral para sustentar su nuevo proyecto de vida. En cambio, el padre sigue trabajando, pero aportando parte de su sueldo para solventar los gastos de los hijos en común, sin mayores inconvenientes, ya que no están a cargo de los cuidados diarios de sus hijos.

La ley ante esta desigualdad ha querido equiparar la cancha bajo el concepto de compensación económica, cuya finalidad es poder compensar a través de dinero u otro medio el tiempo que la mujer se ha dedicado al cuidado de los hijos, la limpieza del hogar o cuando no se ha desarrollado profesionalmente como ella hubiese querido. Sin embargo, esta institución legal no ha podido evitar que las mujeres, tras la separación o los divorcios, queden con una desventaja económica importante y nulo desarrollo profesional. A esto se le suma la cantidad de mujeres que no reciben ese aporte del padre hacia los hijos, por ende, la posibilidad de rehacer un nuevo proyecto se hace mucho más complejo.

Se podría hacer diferentes análisis sobre por qué las mujeres, tras un divorcio o separación, quedan empobrecidas. Uno de ellos podría ser que, tras la maternidad, se posterga radicalmente el progreso en lo profesional, ya que cuando quieren retomar su vida laboral, no pueden por los siguientes motivos: la edad, por tener hijos pequeños o por la falta de actualización en su rubro profesional.

Otro factor es la forma cultural patriarcal de ver el concepto de la vida en pareja, cuya idea es que esta es para toda la vida, por lo tanto, no se preparan anticipadamente en caso de que el plan de vida pueda cambiar radicalmente. Finalmente, los sentimientos culposos sociales que rodean a la maternidad y la crianza, ya que bajo la mirada de los terceros no podría una mujer hacer el abandono del hogar dejando el cuidado personal de los hijos al padre y ella ser la obligada del pago de una pensión de alimentos y de la relación directa y regular. No me cabe ninguna duda que la crítica social caería en sus hombros, tachándola como una madre que abandonó a sus hijos.

Quiero pensar que en el ejercicio de mi profesión se logre cada día, dentro de una audiencia, mayor conciencia a esta desigualdad, no tan solo económica, sino desigualdad de posibilidades laborales, profesionales, de desarrollo personal, etc. Y se deje de mirar como un antecedente de la causa que la mujer dentro de ese acuerdo inicial en la vida en común decidió quedarse al cuidado de los hijos. Trabajo no remunerado, no valorado, pero con un costo que la sociedad no se hace cargo. Por otra parte, estamos colocando a la mujer en un rol heroico como una conducta normalizada cuando ella soltera logra su proyecto de vida junto a sus hijos, envuelta de conceptos como empoderada, emprendedora y resiliente.

En este mismo sentido quiero pensar que las mujeres entendamos que no son los tribunales de justicias quienes puedan darnos las posibilidades para cumplir nuestros proyectos de vida, sino que entendamos que la vida en común o formar una familia no tiene por qué ser un impedimento a nuestro desarrollo personal y profesional, cambiando los paradigmas donde los cuidados de los hijos es solo responsabilidad de la madre y los conceptos errados de que la única forma de administración familiar siga siendo la que actualmente lidera.