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Pablo Prüssing

Por Pablo Prüssing Fuchslocher

Abogado, P. Universidad Católica de Chile, Magíster en Derecho (L.L.M.) de la Universidad de Heidelberg, Alemania, y Diplomado en Libre Competencia de la Pontifica Universidad Católica de Chile.Actualmente se desempeña como abogado y Encargado de Asuntos Internacionales de la Dirección de Compras y Contratación Pública (Dirección ChileCompra), dónde además de sus funciones como abogado en materias tanto contractuales como judiciales y de coordinación internacional, se dedica a ciertos temas relacionados con las compras sustentables y socialmente responsables, e integridad en la contratación estatal, participando en diversas mesas de trabajo relacionadas con la materia.

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4:40.
4 minutos y 40 segundos de promedio, por km.
Así empezaba mi reporte anterior, relativo a la revancha que había tenido en los 42K de Buenos Aires el año recién pasado y el ritmo de carrera que debía cumplir para lograr mi objetivo de mejorar mi tiempo con respecto a lo realizado el año 2011, lo que por suerte logré.
Pero para mi sorpresa (y alegría), lo logrado en Buenos Aires no sólo se quedaría ahí.

A comienzos de Abril de 2013, en la Maratón de Santiago vendría otra buena noticia.

Como quizás a muchos corredores les pasa, luego de Bueno Aires bajé el ritmo de entrenamiento, lo que sin embargo, no significa, en lo absoluto, dejar de trotar. Pero claro, el cansancio y relajo post carrera, el hecho de tener que cerrar varios temas en el trabajo con el consecuente stress que ello implica, y la cantidad de compromisos y fiestas de fin de año y otros varios extras, bueno, hacen un poco más complicado el mantenerse “afinado” en términos “maratonianos”.

Pero ya se vendrían Enero, Febrero y Marzo, meses que había que aprovecharlos para poner nuevamente en movimiento la máquina.

Aunque esta vez fue distinto.

O más bien, decidí enfrentar las siguientes carreras de una manera diferente: El hecho de haber alcanzado un buen tiempo en Baires, había calmado un poco mi sueño de bajar de las 3 h 20 min. (Nota: en gran parte de las maratones, la mayoría de los participantes, y que obviamente no forma parte de los corredores profesionales, llega a partir de las 3 horas y 30 minutos, por lo que lograr correr en menos que eso, es bastante bueno).

Pero además, empecé a tener pequeñas molestias físicas, lo que, sin embargo es hasta normal en corredores de larga distancia. En virtud de lo anterior es que tomé la decisión de seguir entrenando, en forma constante, pero bajando la “cantidad de kilómetros” de entrenamiento. En este sentido, muchos corredores experimentados, en las semanas previas a una maratón, corren sobre 65 o 70 kilómetros semanales, no siendo extraño que algunos superen la marca de 100 kilómetros semanales. Pero decidí que no quería volverme loco con el trote. Mal que mal, también se trata de disfrutar ¿no? Además, era un simple asunto de tiempo disponible: sobre 70 kilómetros implicaba, en la práctica, correr todos los días, 10 km, sin parar.

Simplemente imposible.
Por lo menos, para mí.

Así que me mantuve corriendo basado en esta nueva “estrategia”, con molestias físicas, pero entrenando al fin y al cabo.

Hasta que llegó el gran día: 7 de Abril del 2013.

Aunque las molestias no habían pasado, tampoco era nada que me impidiese correr. Si iba a poder llegar a la meta, bueno, eso era otro cuento. Pero esa “incertidumbre” siempre existe, aunque uno esté al 100%.

Así que había que no quedaba nada más que mentalizarse, y ojalá, que el cuerpo aguantase.

Y vaya sorpresa que me llevé.

Partí a 4:40, tal como en Buenos Aires, pero al poco andar, me di cuenta que podía llevar un ritmo constante de 4:30… “veamos hasta dónde aguanto”, pensé. Y la verdad es que aguanté, y harto. Mucho más de lo que yo creía, llegando a acelerar el paso en varios tramos, por debajo de 4:20.

Pero la sorpresa vendría cuando alcancé a compañeros de trote que claramente eran (y son) más rápidos que yo…y los pasé. Y revisando el tiempo que llevaba en el Garmin, me dí cuenta que podía repetir el “milagro” de Baires, e incluso mejorarlo.

Y vaya que si lo hice: 03:03:10.

Un tiempo final que jamás hubiese pensado que alguna vez podría llegar a hacer. Significaba que había mejorado mi maratón anterior de Santiago…….. por más de medía hora!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Y lo mejor, es que el tiempo hecho, me permitía clasificar a Boston, quizás el punto culmine de todo maratonista aficionado.

Desde el punto de vista deportivo, obviamente que resultaba ser una gran y tremenda alegría. Y también una tremenda satisfacción.

Pero todavía quedaba algo más.

Antes de esta maratón, y aprovechando las promociones en pasajes aéreos, con algunos compañeros del grupo de Nike Runners decidimos aprovechar el fin de semana largo del 21 de Mayo, e ir a probar suerte a la maratón de Lima. Obviamente nadie pretendía hacer un buen tiempo, ya que el esfuerzo de Santiago fue no menor, y el cuerpo obviamente tarda en recuperarse. Pero los que íbamos a participar, sabíamos que la íbamos a terminar. Dado que nadie pretendía romper récords, esta carrera iba a ser más “conversada”, y así aprovechar de conocer Lima de otra manera, recorriendo calles que no están dentro de los programas normales de un circuito turístico.

Así que a las 7 AM del domingo 19 de Mayo, 4 miembros de los Nike Runners estábamos ya listos para empezar nuevamente un desafío.

Sabíamos que el circuito era más plano que Santiago, y cómo estaba al nivel del mar, bueno, podía resultar más fácil y rápido. Así que empezamos….

La humedad ambiente en los primeros kilómetros se notaba, y harto. Pero luego desapareció, o por lo menos, eso parecía. Y las calles, efectivamente eran más planas que las de Santiago, y en muchas partes, en franca bajada. Por lo mismo, no fue de extrañar que el ritmo conservador que pretendíamos, bueno, pasó rápidamente al olvido y con relativa facilidad nos instalamos en el grupo de avanzada. Personalmente, me sentía bien, liviano, y sobre todo, rápido. Así que empecé a acelerar. Me sentía bien, por lo que pensé: ”en una de esas hasta bajo de las 3 horas”.

Y claro, me puse ansioso.

Pero Lima me tendría deparada una sorpresa: sólo había visto la altimetría a la rápida, y como había escuchado repetidamente los rumores de que era una carrera plana, bueno, no había de que preocuparse….pero me equivoqué. Y es que los últimos kilómetros eran en franca subida. Claro, al comienzo de una carrera, puede no parecer tan terrible, pero en los kilómetros finales de la misma, vaya que lo es. Se hacen interminables y vaya que se sufre.

Pero lo peor es la frustración de ver como el buen ritmo de carrera que uno lleva, se va al tacho de basura. Así de simple.

Pero decidí que Lima no me iba a ganar tan fácil. Así que saqué mis últimas reservas, y aunque a un ritmo harto más bajo de lo pretendido, llegué a la meta.

03:08:50.
Nada de mal, para ser la segunda maratón en poco más de un mes.

Había hecho nuevamente un tiempo que me permitiría estar en Boston. Y lo mejor, es que otro compañero también logró clasificar, así que la alegría era doble.

Lo habíamos logrado!

Veamos que me depara Chicago en Octubre.

¿Será como cantaba el gran Frank Sinatra: “My kind of town, Chicago is….”?

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